viernes, 26 de febrero de 2016

De mujeres y sueldos a soldados realistas durante la guerra de Independencia

   No sé si habrás imaginado alguna vez cómo era la vida regular, el día a día, la vida cotidiana en las villas y pueblos de México durante la Independencia. Creo que el tema lo hemos idealizado mucho, por un lado, y lo hemos poco documentado por el otro. Lo digo en base a las mucha sorpresas que nos llevamos cuando se bajaron a los héroes de bronce de sus pedestales y los comenzamos a ver como lo que son, lo que fueron, de carne y hueso, igual que nosotros. Eso lo vi, más a detalle (dentro de lo muy poco que encontré) en la vida de Tomasa Estéves, heroína local (en Salamanca) a la que se le dio el grado heroico y pasó a la historia por las tres palabras que Iturbide anotó en su Diario en referencia a ella que la catalogó como "bella", de ahí se han ido sacando docenas de conjeturas, más al irle hilvanando el bien usado y mal entendido (por nosotros) término de seductora. Pero no me desvío del tema, sino que enlazo una cosa con la otra, es decir, la presencia de la mujer en la guerra de Independencia, en este caso, de las esposas, hermanas o madres de los soldados realistas que peleaban no por convicción a la Corona, sino por el sueldo que recibían. Esto ocurría por aquellos tiempos:

 Circular del Ministerio de la Guerra. Se manda, bajo las formalidades que se expresan, que por las depositarias de Rentas, se paguen con puntualidad á las mujeres de los Oficiales generales, jefes y subalternos de los ejércitos de operaciones, las asignaciones que éstos las señalen.
Mayo 22 de 1815. (Recibida en México á 22 de Marzo de 1816.)

  El Rey nuestro Señor, que desea proporcionar desde luego á las familias de los beneméritos Oficiales destinados á los ejércitos de operaciones los auxilios que deben esperar de su benignidad, á fin de que puedan entregarse al cumplimiento de sus deberes con la confianza de que dejan asegurada la subsistencia de sus mujeres é hijos mientras arrostran los peligros y fatigas de campaña, y al mismo tiempo precaver los abusos que puedan cometerse, ha resuelto S. M.:

   Que á las mujeres de los Oficiales generales se les asista con la puntualidad que exige su situación por las depositarías de rentas de los pueblos donde fijen su residencia, ó las más inmediatas, con las asignaciones que éstos les señalen: que á las de los Brigadieres hasta Capitanes inclusive, se les asista del mismo modo con la tercera parte de su respectivo sueldo, y á las de los subalternos con la mitad de su haber siempre que los interesados lo soliciten, y sin necesidad de nueva Real orden, bajo las formalidades que se previenen en los artículos siguientes:

Art. 1.- Los interesados presentarán sus instancias á los subinspectores de las respectivas armas, expresando su cuerpo y clase, el nombre de su mujer é hijos, y el pueblo de su residencia. Los empleados en las Planas mayores de los ejércitos entregarán las suyas á los respectivos Jefes de los Estados mayores.

Art. 2.- Los Subinspectores y Jefes de los Estados mayores formarán relaciones con la debida expresión, y las remitirán al General en jefe, para que visadas por éste las dirija al Intendente del ejército de su mando.

Art. 3.- Los Intendentes del Ejército darán los avisos oportunos á los de provincia para que procedan al pago de las asignaciones que los Oficiales soliciten para sus mujeres ó hijos residentes en los pueblos de su respectiva demarcación, remitiéndoles copias de las relaciones expresadas en el artículo 2, y del mismo modo las pasarán al Ministerio de Hacienda y al de la Guerra de mi cargo para conocimiento de S. M.

Art. 4.- Los Intendentes de provincia darán conocimiento á los del ejército á que pertenezcan los padres ó maridos de las interesadas, de los pagos que ejecuten, para que les hagan el debido cargo, y á fin de que los Generales en jefe puedan estar satisfechos del bienestar de sus familias y del de las de los Oficiales de su respectivo ejército.

Art. 5.- A los Oficiales que por su destino gocen gratificación, se les considerará ésta como sueldo para el señalamiento de la asignación á sus mujeres ó hijos.

Lo que de Real orden comunico á Vd. para su gobierno, cumplimiento y demás efectos convenientes.

Dios guarde á Vd. muchos años. Madrid, 22 de Mayo de 1815.

Fuente:

Legislación mexicana o colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la República. Ordenada por los licenciados Manuel Dublán y José María Lozano.

http://www.biblioweb.dgsca.unam.mx/dublanylozano/

jueves, 25 de febrero de 2016

Del control que había en los caballos del ejército realista

  Dentro de la infinidad de detalles que hubo durante los largos once años que duró la Guerra de Independencia, uno de ellos fue éste que nos dice del control que había con los caballos.

Circular del Ministerio de la Guerra. Manda S. M. que en lugar de cortar la punta de la oreja izquierda á los caballos de los regimientos del ejército, se les marque en el anca derecha poniéndose las iniciales del instituto. Mayo 26 de 1815. (Recibida en México en 22 de Marzo de 1816.) 

Al Inspector general interino de caballería digo con esta fecha de orden del Rey lo que sigue:

  He dado cuenta al Rey del oficio de V. S. de 26 de Abril último, en que hace presente que el Comisario de Guerra, D. Isidoro Asaguirre, en conformidad de la Real orden de 4 de Septiembre del año de 1776, al tiempo de pasar la revista mensual al regimiento de caballería de Alcántara, había exigido se cortase la oreja izquierda á todos los caballos del regimiento, cuya operación se habían suspendido hasta la resolución de S. M., respecto á que los referidos caballos tenían una manera particular que podría excusar mutilarlos; y enterado S. M., como también de cuanto V. S. ha expuesto en el particular, y teniendo en consideración que la providencia de que se cortase la punta de la oreja izquierda á los caballos de los regimientos de la caballería del ejército, fue dada con el objeto de que siempre se conociesen los que les pertenecían, y reclamar la propiedad en cualquiera parte, ha tenido á bien el Rey mandar que en lugar de esta señal se marquen respectivamente en cada regimiento todos los caballos, poniéndoles en el anca derecha las letras iniciales del instituto á que corresponden, á saber:

  A los de Línea L, á los Dragones D, á los de Cazadores C, y á los Húsares H, uniendo á estas letras el número del regimiento á que pertenecen.

  De Real orden lo comunico á V. S. para su inteligencia y cumplimiento; en el concepto de que hasta tanto que no se verifique el arreglo de la caballería, no se procederá á marcar los caballos en la forma expresada.

Lo que de orden de S. M. traslado á Vd. para su inteligencia y cumplimiento en la parte que le toca.

Dios guarde á Vd. muchos años.

Madrid, 26 de Mayo de 1815.

Fuente:

Legislación mexicana o colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la República. Ordenada por los licenciados Manuel Dublán y José María Lozano.

http://www.biblioweb.dgsca.unam.mx/dublanylozano/


miércoles, 24 de febrero de 2016

Una muy pequeña bibliografía de Hidalgo y la Independencia en general.

  Ni son todos los que están, ni están todos los que son. Así reza el dicho y aplica a la perfección esta muy breve bibliografía gráfica que estamos haciendo como sustento a lo que aquí hemos publicado a lo largo de seis años. Debemos agregar la obra de Hernández Dávalos y muchas más, debemos agregar algunos libros que solo he consultado ligeramente sea porque andaba en el camino o por sus precios estratosféricos, como quiera, en cada artículo que forman este espacio se menciona de dónde obtuve los datos. Y los que faltan...

México a través de los siglos. Julio Zárate. Tomos VIII, IX y X. La Guerra de Independencia. Editorial Cumbre, México, 1986.

Hidalgo. Entre la virtud y el vicio. Eugenio Aguirre. Martínez Roca Editores. México, 2010.

Hidalgo e Iturbide. La gloria y el olvido. La otra historia de México. Armando Fuentes Aguirre. Editorial Diana. México, 2010.

Independencia Nacional. UNAM, México, 2010.

Camino a Baján. Una viva recreación de las batallas y la agitada travesía del cura Hidalgo en la Independencia de México. Jean Meyer. Tusquets Editores. México, 2011.

Con el cura Hidalgo en la guerra de Independencia. SEP80. FCE. México, 1982.

El cura Hidalgo y sus amigos. Paco Ignacio Taibo II. Editorial Planeta. México, 2011.

Miguel Hidalgo y los Insurgentes en Cuajimalpa 1810. Otoniel Contreras. Cuajimalpa ayer y hoy. México, 2009.

Silueta histórica. El proceso de don Miguel Hidalgo y Costilla. Enrique Borrego Estrada. Centro Librero La Prensa. Chihuahua, 1994.

Miguel Hidalgo, marcha de la libertad. José Antonio Martínez Álvarez. H. Ayuntamiento de Celaya. Celaya, 2008.

Acámbaro, cuna del Ejército Mexicano. Gerardo Argueta Saucedo. La Voz de Michoacán. Morelia, 2003.

Hidalgo el sefardita. Juan Antonio Martínez de la Serna. Alpha Print. Aguascalientes, 2010.

Boletín del Archivo General del Gobierno del Estado de Guanajuato. Edición Conmemorativa del Año de Don Miguel Hidalgo y Costilla, Padre de la Patria. Año de 2003. Nueva Época Número 21. Agosto del 2001-Febrero del 2002. 

Don Miguel Hidalgo y Costilla. Manuel Rivera Cambas. Archivo General del Gobierno del Estado de Guanajuato. 2003

Ruta de Hidalgo 1810-1811. Prof. Felipe Jiménez de la Rosa. Contribución del Autor a la conmemoración del Sesquicentenario de la iniciación de Nuestra Independencia. México, 1960

La Ruta de la Libertad. Fernando Benítez.  Colección Testimonio. Editorial Offest. México, 1982.

El Padre de la Patria don Miguel Hidalgo y Costilla en la Villa de Colima. Jorge Huarte. Osorio. Edición del Autor. México, 1953.

Hidalgo. Isidro Fabela. Instituto Nacional de la Juventud Mexicana. México, 1960.

Pesquisa sobre un estandarte. Historia de una pieza de museo. Jacinto Barrera Bassols. INAH. México, 2010.

Nido de águilas, Tejupilco, cuna de la familia Hidalgo y Costilla. Gabriel León López. Editorial Garabato. México, 2010.

 Los pasos de López. Jorge Ibargüengoitia. Editorial Joaquín Moritz. México, 2007.

Foro de Guanajuato: Nuevas interpretaciones de la Independencia de México. Comisión Estatal para la Organización de la Conmemoración del Bicentenario del inicio del movimiento de la Independencia Nacional y Centenario del Inicio de la Revolución Mexicana. Guanajuato, 2009.

Artes de México. Hidalgo y la Ruta de la Independencia. No. 122. Año XVI, México, 1969.

Tránsito de los venerables restos de los héroes de la Independencia Mexicana. Isauro Rionda Arreguín. Edición Conmemorativa "Año de Don Miguel Hidalgo y Costilla, Padre de la Patria". Año de 2003. Archivo General del Gobierno del Estado de Guanajuato. Guanajuato, 2002.

Historia militar de León. Presidencia Municipal de León. León, 2010.

Batalla del Monte de las Cruces. Serie de cuadernos conmemorativos. No. 47. Comisión Nacional para las Celebraciones del 175 Aniversario de la Independencia Nacional y 75 Aniversario de la Revolución Mexicana. México, 1985.

Muchos fueron los cuadernos que se publicaron en la conmemoración de 1985, cuando los 175 años.

Camino de la insurgencia. Fulgencio Vargas. Archivo General del Gobierno del Estado de Guanajuato. Guanajuato, 2002.

Adiciones y rectificaciones a la Historia de México. José María Liceaga. Comisión Nacional para las Celebraciones del 175 Aniversario de la Independencia Nacional y 74 Aniversario de la Revolución Mexicana. México, 1985.

Pedro Moreno, Francisco Javier Mina y los fuertes del Sombrero y Los Remedios en la insurgencia guanajuatense: 1817. Ediciones La Rana, 2011.

Cronología de Querétaro en la época de la Independencia. Diario de José Xavier Argomaniz. Asociación de Libreros de Querétaro. Querétaro, 2010.

Diego Rul: Aventuras y desventuras de un noble realista. Liborio Villagómez. Summa Mexicana. México, 2012.

El insurgente Albino García. Fernando Osorno. SEP80. FCE. México, 1982.

José Bernanrdo Gutiérrez de Lara. Mexicano fronterizo 1811-1841. James Clark Milligan. Comisión Organizadora para la Conmemoración en Tamaulipas del Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución. Ciudad Victoria, 2010

Biografía de don José María González de Hermosillo. Mariscal Insurgente. Nicolás de Anda Sánchez. Edición del Autor. Teocaltiche, 1997.

El Sitio de Cuautla. Luis Chávez Orozco. Instituto Cultural de Morelos. Cuernavaca, 2012.

  Los héroes de la Independencia. Colección de biografías de los principales héroes de la Independencia de México, formada por Rafael Anzures. Edición original en 1909, reedición de la Secretaría de Gobernación, 1993.

martes, 16 de febrero de 2016

¿Qué tan "gloriosa" fue la toma de Granaditas?

  Esta es la tercera parte del relato de lo sucedido antes, durante y luego de la toma de Granaditas, al leer la última parte de lo que ahí abajo aparece, es cuando me pongo a reflexionar sobre el qué tan glorioso fue ese día... creo la gloria es otra cosa y no el abuso, como quiera, al haber pasado tanto tiempo, poco más de doscientos años, al parecer esas paredes ensangrentadas, ese río de sangre que bajaba hacia el río, esas pilas de cadáveres han desaparecido. Creo que no, no han desaparecido, aquí está una puntual reseña de lo que el 28 de septiembre de 1810 sucedió en la alhóndiga de Granaditas, algo que dista mucho de ser, verdaderamente, un día glorioso.

    "A la una de la tarde comenzó a entrar el ejército por la calzada que se componía de muchos indios honderos, algunos de flecha y garrote, los demás de lanza con algunos fusiles; seguía la caballería compuesta de rancheros con lanzas, espadas y machetes, soldados con toda su fornitura de Dragones de la Reina de San Miguel, y regimiento de infantería de Celaya, que en todo compondrían 20,000 hombres. El fuerte estaba comunicado por una puerta con la hacienda de platas nombrada Dolores cuya noria y bardas dominaban la calzada y desde allí comenzaron los europeos a tirar algunos tiros de que murieron tres indios, lo cual visto por los demás se dividieron en dos trozos parte de los de a pie y caballería tomó por detrás de Pardo para subir al cerro de San Miguel bajando los primeros por el Venado y los segundos por la calzada de las Carreras; y el otro trozo todo de a pie tomó por detrás de Flores para subir al cerro del Cuarto; de trecho a trecho se veían banderas de todos colores que parecían ser mascadas puestas en palos con una estampa de Nuestra Señora de Guadalupe.

   "Todos los de a pie se pusieron sobre las azoteas y en sitios donde alcanzaba la honda; al mismo tiempo que otros en el río quebraban piedras y se las daban a los proveedores que como hormigas subían a todas partes; era tal el aguacero de piedras que en un momento no quedó ninguna persona en la azotea de la alhóndiga, y ésta y el patio concluida la acción tenía una cuarta de las arrojadizas. El trozo de caballería que bajó por las Carreras era de 2,000 hombres, los que fueron inundando las calles y llegando a la cárcel dieron libertad a cincuenta y tantos reos de causa criminal y a otros muchos, como también a las presas de las recogidas, llevándolos delante con dirección a la alhóndiga, gritando todos ¡Viva María Santísima de Guadalupe! y ¡viva la América!. En el tránsito que hacían por esta ciudad los de a caballo tiraron varios fusilazos a los balcones de las casas cerradas y gritaban que abrieran las puertas. En la de don Francisco Marino quebraron la vidriera del balcón y un candil de cristal; y en la de don Diego Centeno a más de varios tiros rompieron las puertas y repartieron a la plebe toda la confitería. Situados los honderos en sus puestos, los fusileros en el cerro del Cuarto (que sólo dista el ancho de una calle de la alhóndiga) y otros desde el Venado se comenzó la batalla con un fuego tan vivo que no se podían ni comprender el número de tiros; el silbido de las balas se percibía por todas partes así como la gritería inmensa de la plebe unida con los indios, que luego dieron providencia de saltar las trincheras a pesar de que éstas se hallaban llenas de muertos del fuego que hacía la tropa y los europeos. No tardó tres cuartos de hora en perderse la trinchera a cuyo tiempo debía maniobrar la caballería.

    "En vano se esforzaron los capitanes Peláez y Castilla, pues los soldados no quisieron obedecer, lo cual visto por el señor intendente mandó tocar retirada adentro del fuerte, y los indios se apoderaron de los caballos de la tropa, y sólo abrían campo delante de la puerta del castillo de donde se les hacía un fuego muy vivo; fue de notar un indio hondero a quien dieron un balazo en la rodilla, el cual con esta herida no cesaba de mover su honda; entonces recibió el señor intendente una pedrada en la mejilla izquierda de que derramó bastante sangre. Serían las dos y media de la tarde cuando advirtió su señoría que el centinela de la puerta se había fugado abandonando el fusil, el cual tomó, y puesto con él al hombro hacía de centinela tirando varios tiros con cartuchos que le pedía a un sargento; advertido por éste del peligro, no quiso abandonar el puesto, lo cual visto por un cabo del regimiento de Celaya, preguntó a otros que quien era aquél soldado tan decente, y habiéndole respondido que era el señor intendente, dijo pues voy a matarlo, y dando un pequeño brinco para tomar mampuesto, le metió el punto con tal acierto, que le dio la bala arriba del ojo izquierdo, descalabrando la misma a un cabo del batallón que estaba a sus espaldas; encogió los hombros y cayó muerto, terminando sus preciosos días; aquel valeroso jefe, cuya memoria y el amor que tenía a esta ciudad, harán eterna su memoria y objeto de compasión por su desgraciada familia.

   "El sargento mayor, el cabo y sargento relacionados subieron su cuerpo al cuarto número 21, donde ocurrieron todos a compadecer tal desgracia. Su hijo don Gilberto se abrazó de su padre y habiéndose levantado exclamó diciendo “al fin mi buen padre moriste con el honor que viviste; pero yo no puedo sobrevivir a tu desgracia” y metiendo mano a una pistola la preparó con ánimo de quitarse la vida, si no lo hubieran contenido varias personas de respeto y sólo se serenó con la pretexta de que lo iban a poner en el punto más peligroso. Luego que murió el señor intendente se cerró la puerta de la alhóndiga, y se dividió el ejército parte en las ventanas y parte en la hacienda de Dolores desde donde se hacía un terrible fuego en todas direcciones; comenzó el enemigo a dar barrenos en una esquina, a minar por el caño principal para introducirse en lo interior a poner fuego en las puertas y a pesar de los muchos que morían se sucedían otros con ocote y brea para conseguir su intento.

   "No fueron bastantes quince frascos para hacerlos retroceder ni les acobardaba ver morir a sus compañeros, lo cual advertido por el sargento mayor les dijo a gritos, que era mejor rendirse pues no concebía esperanza de la empresa, entonces unos echaban dinero por las ventanas, otros corrían y tiraban las armas; no había orden ni obediencia, otros querían morir antes que entregarse, y no se sabe quién dio un balazo al sargento mayor don Diego Berzábal de que cayó muerto, atribuyéndose este hecho a uno de sus mismos soldados que reprehendió; éstos se desnudaban tirando las casacas y desde entonces ya no hubo defensa ni cabeza, ni orden; con mucho trabajo se enarboló bandera de paz, a cuyo tiempo todavía no ardían las puertas y habiendo cesado el fuego y piedras, se arrimaron los indios y plebe.

   "Mas como los de la hacienda de Dolores no sabían lo que pasaba en el castillo, les hicieron un fuego muy vivo y el hijo del señor intendente sin poderlo contener, arrojaba frascos haciendo uno y otro muchísimo estrago; gritaron todos traición traición y sus jefes les dijeron que no se perdonaba vida; pusieron más fuego a las puertas que ardían y las ganaron a las tres y media de la tarde con una algazara que se percibía en todo Guanajuato; la humareda, los gritos y la multitud acabó de acobardar a cuantos estaban dentro, abrazándose unos de los sacerdotes y otros poniéndose de rodillas; pero muy lejos de apiadarse comenzaron a matar a cuantos encontraban, desnudándolos a tirones, y echándoles con las hondas laso al pescuezo y a las partes, y mientras estiraban unos, otros les daban lanzadas acabando en medio de los más lastimosos clamores; algunos europeos y criollos intentaron defenderse e hicieron muchísimas muertes, pero la multitud los vencía.

   "Los de la hacienda de Dolores intentaron salirse por la puerta falsa que cae al puente de palo, pero cuando iban en las caballerizas, la echaron abajo los indios y plebe, y comenzaron allí la matanza. Refugiados los más en la noria hacían maravillas de valor, principalmente don Francisco Iriarte que mató como dieciocho hasta que le faltó la espada y expiró cubierto de heridas. Allí murió don Luis Portu y su hermano don Manuel en la alhóndiga don José Manuel Arellano, don Miguel Carrica, don José Posadas, don Tomás Sein, don Cipriano Urbina y otros muchos cuyo número fueron cinco en la caballeriza, once en la vivienda, siete arriba en la noria y cinco que se hallaron ahogados sin herida por haberlos precipitado el miedo con la esperanza de salvarse agarrados de la soga; pero se corrió con el peso, y todos fueron a la eternidad. Volvamos pues a la alhóndiga; salieron muchos vivos pero en cueros y entre dos de a caballo los conducían al cuartel de caballería en calidad de prisioneros; sólo salió vestido el capitán Peláez quien les decía que el general lo quería vivo y había ofrecido por él 500 pesos y de este modo lo cuidaron para recibir el premio que no tuvieron.

  "Fueron también prisioneros el teniente letrado que sacó sólo media levita, don Bernabé Bustamante, don Ángel de la Riva, don Joaquín Alcayaga, don Juan Castillo, don Félix el boticario, don Miguel Arizmendi, don Pedro Telmo, el Padre Septién, el capitán don Francisco Bustamante (don José Manuel Bustamante criollo murió) don Francisco Septién y Montero, los hijos de Bernabé Bustamante, don Manuel Septién, el hijo del señor intendente, don Luis Micra, don Pedro Quijano, don Pedro Cobo, el capitán Escalera y otros muchos, que los más muy heridos escaparon de la pronta muerte, pero no de la prisión y fallecimiento que ya se había verificado en los más de sus heridas, y de la fiebre que les acometió en la cárcel, sin embargo del mucho cuidado con que se les asistió después, tanto en medicinas como en alimentos.

  "A las cinco de la tarde se terminó la acción en la cual murieron ciento cinco europeos, y casi igual número de los oficiales y soldados del batallón, habiendo perecido muchos indios en casi cuatro horas que sufrieron con bastante cercanía el fuego; pero se ignora el número de sus muertos porque los enterraron en el río durante la noche y sólo aparecieron cincuenta y tres que se enterraron a otro día en la parroquia y unos cuantos en San Sebastián. Entre los que murieron son dignos de elogio el europeo don José Miguel Carrica por su religión pues le hallaron cilicios cuando lo desnudaron los indios, y les pesó haberlo matado; y el americano alférez de Dragones del Príncipe don José Francisco Valenzuela natural de Irapuato por su valor, pues habiéndose quedado a caballo fuera de la alhóndiga, recibió un palo, y al instante descargó en los indios sus dos pistolas, y metiendo mano al sable subió y bajó tres ocasiones la cuesta que llaman de Mendizábal, haciendo muchísimas muertes, hasta que con dos lanzas lo sacaron por debajo de los brazos del caballo, y viendo que ni aun así se moría lo llevaron preso y murió en el camino, repitiendo viva España hasta el último momento.

  "Como los indios fueron los primeros que entraron a la alhóndiga, quedó fuera de ella una multitud de plebe deseosa también de participar del saqueo; pero les era imposible entrar; una voz que se esparció de que iba a volar la alhóndiga quemándose dos cuartos llenos de pólvora a donde ya llegaba el fuego, hizo que los indios desamparasen aquel puesto, y que todo el ejército del señor Hidalgo corriera, los de a caballo a galope tendido, y los de a pie a los cerros gritando todos que se iba a quemar el castillo, en el cual no se introdujeron más que tres cajas de pólvora porque no la había en el estanco. Este suceso dejó en libertad a la plebe para que entrara, y comenzara el saqueo, pero no tardaron los indios en volver, y se verificó repartiéndose entre todos cuanto había en aquellas oficinas advirtiéndose entre la multitud una mujer, que casi en cueros salió con una talega de pesos. No se escaparon las bulas, archivos de la real caja, todos los comestibles, el maíz, y más de 60 arrobas de manteca que sacaban en los sombreros. Hubo muchas muertes tanto de ahogadas como de puñaladas por pelear cada uno su presa, y todo esto se verificó pisando los cadáveres que así por estar en cueros, como por los pisotones, heridas, maíz, arroz y manteca, mezclado con la sangre, quedaron absolutamente desconocidos.

  "Duró la gritería hasta las 8 de la noche en que registradas aquellas bodegas por cuadrillas de hombres nada hallaban de valor y se retiraron sin hacer aprecio de los cadáveres. A las 10 de la noche se dio aviso a 2 sacerdotes de que algunos aún respiraban y fueron con bastante peligro a ministrarles algún socorro. Se hallaban entonces las trincheras desechas con una multitud de muertos; alrededor de la alhóndiga no se podía andar de cadáveres; el centro de ella aun humeaban los pedazos de puerta y otros utensilios que quemaron. El suelo era una torta de piedras, maíz, arroz, sal, manteca, sangre y otros destrozos. Las paredes tenían manos estampadas de sangre y regadas de ella por todas partes. Las escaleras no se podían andar de muertos y sangre, y los cuartos se hallaban ya sin chapas. El cadáver del señor intendente estaba en cueros, y lo mismo 11 personas muertas en el cuarto que estaba su señoría. En otros dos cuartos estaban algunas personas heridas y con vida pero en cueros y llenos de la mayor aflicción esperando la muerte por momentos; pero algunos indios con lanza dijeron, que ya tenían orden de no matar a nadie, y aun les prestaron una u otra frazada a los heridos, habiéndose encontrado a un europeo que escapó de la muerte, porque aunque herido pudo echarse encima tres muertos, para que, lo tuvieran por tal, y así aguantó toda la noche". (1)

Fuente:

1.- J. E. Hernández y Dávalos. Historia de la Guerra de Independencia de México. No. 157 - Tomo II. Primera edición 1877, José M. Sandoval, impresor. Edición facsimilar 1985. Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana. Comisión Nacional para las Celebraciones del 175 Aniversario de la Independencia Nacional y 75 Aniversario de la Revolución Mexicana. Edición 2007



jueves, 11 de febrero de 2016

De lo ocurrido dos días antes de la toma de Granaditas

   Te contaba en el artículo anterior de la gran duda que tengo (o ligero desagrado) a que sea celebrada como la fiesta cívica más grande de Guanajuato la del 28 de Septiembre, fiesta que recuerda la "heróica" toma de Granaditas. Hace tiempo, al igual que la mayoría de los mexicanos, al respecto sabía lo del Pípila, la loza que cargó en la espalda, la untada de brea en la puerta, la quema de la misma y la entrada de la turba al interior de la Alhóndiga. Pero, en 2010, cuando leí detalles de lo sucedido realmente ese día, el panorama que vi fue otro. Muy distante de ser una cosa heroica y más bien un asalto, un abuso, un exceso y luego una borrachera con el consiguiente atraco a todos y a todo. Los recelos acumulados durante décadas, como en olla exprés, estallaron ese día y los acontecimientos fueron algo que, creo, dista mucho de la heroicidad. Esto es lo sucedido el 26 de septiembre, dos días antes de la toma de la alhóndiga.

  "Este acontecimiento tan inesperado puso a toda la ciudad en el mayor conflicto por ver el desamparo en que había quedado, reduciendo a un solo punto la defensa; y esto movió al señor alférez real don Fernando Pérez Marañón, a citar un acuerdo que debía presidir el señor intendente, lo que se verificó la tarde del 26 [de septiembre de 1810] en la misma alhóndiga. El citado señor alférez real fue el primero que habló en aquella junta, manifestándole al señor intendente el desconsuelo en que se hallaba toda aquella ciudad por haberse retirado su señoría a aquel punto con toda la tropa, de que resultaba quedar el lugar en un total desamparo, incapaz de defenderse en caso de algún asalto; a lo que contestó el señor Riaño que le había sido indispensable tomar aquel partido, atendiendo a la poca gente que tenía de guarnición, por lo que había elegido aquel lugar por más fuerte, por ser todo de cuartón y bóveda para poderse mantener en él custodiando los reales intereses, hasta morir al lado de ellos como lo tenía de obligación, y que el vecindario se defendiera como pudiera, con lo que terminó el acuerdo y el señor intendente siguió dirigiendo sus obras, tapando por dentro con calicanto una de las dos puertas de aquel edificio, y haciendo preparativos para la defensa con pólvora, balas, y un género de bombas que se inventaron con los frascos de hierro en que viene envasado el azogue en caldo, los que llenos de pólvora y apretados los tornillos, se les hizo un pequeño agujero para ponerles una mecha y arrojarlos a su tiempo a los enemigos, cuyos cascos hechos pedazos al reventar hicieron el mayor estrago.

   Los días siguientes se emplearon en acabar de abastecer el fuerte de algunas cosas que faltaban, y en recoger los más de los caudales de los europeos, quienes creyéndose allí enteramente seguros, metieron cuanto pudieron de dinero, barras de plata, alhajas preciosas, las mercaderías más finas de sus cajones, baúles de ropa, alhajas de oro y diamantes, y cuanto tenían de más valor en sus casas; de modo que en más de treinta salas de bóveda que tiene en su interior aquel edificio, siendo éstas de bastante extensión, casi no se podía entrar a ellas por la multitud de cosas que allí se guardaron, de manera que no bajaría de cinco millones a lo que ascendía el valor de lo encerrado en aquella fábrica. Lo del rey se dice sería como medio millón de pesos en plata y oro acuñado y sin acuñar y setecientos quintales de azogue en caldo. Otras piezas se hallaban llenas de todo género de víveres los que con la provisión de agua del aljibe, mucho maíz y 25 molenderas que también se introdujeron fincaban una cierta esperanza de mantener por muchos días aquel fuerte, sin reflejar que se halla circundado de alturas indefensas, como son el cerro de Cuarto, el del Venado, la azotea de Belén y otras casas que hacen infructuosa la defensa, como lo acreditó la experiencia.

   El día 26 salieron fugitivos de esta ciudad muchos europeos que se mostraban los más valerosos, entre ellos don Modesto de Villa, don José González, don Juan Ortiz, don Juan Portegueda, don Pedro de la Riva, don Juan Zamora, y otros que desaparecieron del fuerte, infundiendo su fuga bastante desaliento en todos los vecinos de esta ciudad, de modo que ya no hubo quien asistiera a las avanzadas de Santa Rosa y Villalpando; pues de ochenta personas que las componían, sólo quedaron de seis a ocho. Al mismo tiempo cesó el entusiasmo de la plebe, diciendo públicamente en las vinaterías y plazas, que ellos no se metían en nada, y se advertía de la oración a las diez de la noche gente baja sentada en las banquetas de la plaza, diciendo, que allí esperaban el saqueo, para ver si les tocaba alguna cosa.

   El día 27 por la tarde se abrieron las puertas del castillo y salió el señor intendente marchando con su gente hasta la plaza mayor, donde la mandó formar en batalla; ésta se componía de cosa de trescientos hombres poco más; la primera y tercera fila de soldados del batallón con sus fusiles y banderas, y la de en medio toda de europeos en diversos trajes, y a los lados dos compañías de 35 hombres de caballería comandados por los capitanes don Joaquín Peláez y don José Castilla, tan mal montados los más de los soldados que los caballos ni hacían al freno, y eran muy ruines y flacos que sin remuda sufrieron las patrullas de las noches antecedentes. Los más de los soldados y europeos quedaron de guarnición en la alhóndiga.

   El viernes 28 de septiembre día terrible y memorable para esta ciudad a las once de la mañana llegaron a la trinchera de la cuesta que sube de la calle de Belén a la alhóndiga don Mariano Abasolo y don Ignacio Camargo, el primero con divisa de coronel y el segundo de teniente coronel acompañados de dos dragones y dos criados con lanzas, y entregaron allí un oficio que traían del cura Hidalgo para el señor Riaño, quien mandó decir por medio de su teniente letrado, que era necesario esperasen la respuesta por tener que consultar antes de darla, lo que oído por Abasolo se marchó inmediatamente, dejando a Camargo que aguardase la respuesta, y antes de que se la dieran, pidió licencia para entrar en el fuerte porque tenía que hablar en lo verbal, la que se le concedió, y desde la trinchera se le condujo con los ojos vendados a usanza de guerra, hasta que llegó a la pieza donde debía estar. Allí se le quitó la venda y estuvo en conversación con el teniente letrado, don Francisco Iriarte, don Miguel Arizmendi y otros individuos en cuya compañía se le sirvió la sopa, y se mantuvo conversando hasta que se le despachó.

   Ínterin pasaba esto, hizo juntar el señor intendente a todos los europeos y oficiales de tropa, y mandó que en voz alta se le leyese el oficio, que acababa de recibir, el cual en sustancia decía “que el numeroso ejército que comandaba lo había aclamado en los campos de Celaya por capitán general de América, y que aquella ciudad con su ayuntamiento lo había reconocido por tal, y se hallaba bastantemente autorizado para proclamar la independencia que tenía meditada; pero que siéndole de obstáculo los europeos le era indispensable recoger a los que existían en este reino y confiscar sus bienes, y así le prevenía que se diese por arrestado con todos los que le acompañaban, a quienes trataría con el decoro correspondiente y de lo contrario entraría con su numeroso ejército a sangre y fuego, y sufrirían el rigor de prisioneros de guerra, firmando Miguel Hidalgo capitán general de América.” Al pie de dicho oficio le decía al señor intendente “que la amistad y buena ley que le había profesado le hacía ofrecerle un asilo para su familia, en caso adverso.”

   Acabado de leer el oficio dijo el señor intendente “Señores ya ustedes han oído lo que dice el cura Hidalgo; este señor trae mucha gente, cuyo número ignoramos, como también si trae artillería, en cuyo caso, es imposible defendernos. Yo no tengo temor, pues estoy pronto a perder la vida en compañía de ustedes pero no quiero crean que intento sacrificarlos a mis particulares ideas. Ustedes me dirán las suyas que estoy pronto a seguirlas.”

   Un profundo silencio siguió a esta peroración, los más pensaban rendirse considerando la poca fuerza con que contaban; otros se hallaban con el corazón atravesado de pena en consideración a sus familias que habían dejado expuestas en la ciudad, pero temían ser los primeros en levantar la voz, hasta que lo hizo don Bernardo del Castillo, diciendo “no señor no hay que rendirse, vencer o morir” y oído por los demás, siguieron su dictamen y el señor intendente luego que estuvo satisfecho de la voluntad de todos se salió a contestar diciendo continuamente ¡Ah, ah, pobres de mis hijos los de Guanajuato!. Con la mayor entereza respondió el oficio al señor Hidalgo diciendo “que no reconocía más capitán general de la América que al excelentísimo señor virrey don Francisco Javier de Venegas, ni podía admitir otra reforma en el gobierno que la que se hiciese en las próximas Cortes que estaban para verificarse, y que en esta virtud estaba dispuesto a defenderse hasta lo último con los valerosos soldados que lo acompañaban”, firmando con tal serenidad como si despachara su correo ordinario. Al pie del oficio le contesta la carta particular al señor Hidalgo diciéndole “que la diferencia en modos de pensar no le impedía darle las gracias por su oferta y admitirla en caso necesario.”

    Despachado con esto a Camargo, comenzó el señor intendente a dar sus disposiciones para recibir al enemigo, colocó tropa en la trinchera y el resto con los europeos, parte en la plazoleta de fuera de la alhóndiga y parte en la azotea donde se puso bandera de guerra; las dos compañías de caballería se hallaban formadas dentro de las trincheras para defenderlas; se proveyó de cartuchos y demás necesarios, tomando la tropa un corto refresco; algunos sacerdotes y religiosos confesaban al que quería y todo estaba listo pero tanto en las alturas como alrededor del fuerte no se veía más que la plebe sentada como quien aguarda alguna diversión. (1)

Fuente:

J. E. Hernández y Dávalos. Historia de la Guerra de Independencia de México. No. 157 - Tomo II. Primera edición 1877, José M. Sandoval, impresor. Edición facsimilar 1985. Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana. Comisión Nacional para las Celebraciones del 175 Aniversario de la Independencia Nacional y 75 Aniversario de la Revolución Mexicana. Edición 2007