Esta es la tercera parte del relato de lo sucedido antes, durante y luego de la toma de Granaditas, al leer la última parte de lo que ahí abajo aparece, es cuando me pongo a reflexionar sobre el qué tan glorioso fue ese día... creo la gloria es otra cosa y no el abuso, como quiera, al haber pasado tanto tiempo, poco más de doscientos años, al parecer esas paredes ensangrentadas, ese río de sangre que bajaba hacia el río, esas pilas de cadáveres han desaparecido. Creo que no, no han desaparecido, aquí está una puntual reseña de lo que el 28 de septiembre de 1810 sucedió en la alhóndiga de Granaditas, algo que dista mucho de ser, verdaderamente, un día glorioso.
"A la una de la tarde comenzó a entrar el ejército por la calzada que se componía de muchos indios honderos, algunos de flecha y garrote, los demás de lanza con algunos fusiles; seguía la caballería compuesta de rancheros con lanzas, espadas y machetes, soldados con toda su fornitura de Dragones de la Reina de San Miguel, y regimiento de infantería de Celaya, que en todo compondrían 20,000 hombres. El fuerte estaba comunicado por una puerta con la hacienda de platas nombrada Dolores cuya noria y bardas dominaban la calzada y desde allí comenzaron los europeos a tirar algunos tiros de que murieron tres indios, lo cual visto por los demás se dividieron en dos trozos parte de los de a pie y caballería tomó por detrás de Pardo para subir al cerro de San Miguel bajando los primeros por el Venado y los segundos por la calzada de las Carreras; y el otro trozo todo de a pie tomó por detrás de Flores para subir al cerro del Cuarto; de trecho a trecho se veían banderas de todos colores que parecían ser mascadas puestas en palos con una estampa de Nuestra Señora de Guadalupe.
"Todos los de a pie se pusieron sobre las azoteas y en sitios donde alcanzaba la honda; al mismo tiempo que otros en el río quebraban piedras y se las daban a los proveedores que como hormigas subían a todas partes; era tal el aguacero de piedras que en un momento no quedó ninguna persona en la azotea de la alhóndiga, y ésta y el patio concluida la acción tenía una cuarta de las arrojadizas. El trozo de caballería que bajó por las Carreras era de 2,000 hombres, los que fueron inundando las calles y llegando a la cárcel dieron libertad a cincuenta y tantos reos de causa criminal y a otros muchos, como también a las presas de las recogidas, llevándolos delante con dirección a la alhóndiga, gritando todos ¡Viva María Santísima de Guadalupe! y ¡viva la América!. En el tránsito que hacían por esta ciudad los de a caballo tiraron varios fusilazos a los balcones de las casas cerradas y gritaban que abrieran las puertas. En la de don Francisco Marino quebraron la vidriera del balcón y un candil de cristal; y en la de don Diego Centeno a más de varios tiros rompieron las puertas y repartieron a la plebe toda la confitería. Situados los honderos en sus puestos, los fusileros en el cerro del Cuarto (que sólo dista el ancho de una calle de la alhóndiga) y otros desde el Venado se comenzó la batalla con un fuego tan vivo que no se podían ni comprender el número de tiros; el silbido de las balas se percibía por todas partes así como la gritería inmensa de la plebe unida con los indios, que luego dieron providencia de saltar las trincheras a pesar de que éstas se hallaban llenas de muertos del fuego que hacía la tropa y los europeos. No tardó tres cuartos de hora en perderse la trinchera a cuyo tiempo debía maniobrar la caballería.
"En vano se esforzaron los capitanes Peláez y Castilla, pues los soldados no quisieron obedecer, lo cual visto por el señor intendente mandó tocar retirada adentro del fuerte, y los indios se apoderaron de los caballos de la tropa, y sólo abrían campo delante de la puerta del castillo de donde se les hacía un fuego muy vivo; fue de notar un indio hondero a quien dieron un balazo en la rodilla, el cual con esta herida no cesaba de mover su honda; entonces recibió el señor intendente una pedrada en la mejilla izquierda de que derramó bastante sangre. Serían las dos y media de la tarde cuando advirtió su señoría que el centinela de la puerta se había fugado abandonando el fusil, el cual tomó, y puesto con él al hombro hacía de centinela tirando varios tiros con cartuchos que le pedía a un sargento; advertido por éste del peligro, no quiso abandonar el puesto, lo cual visto por un cabo del regimiento de Celaya, preguntó a otros que quien era aquél soldado tan decente, y habiéndole respondido que era el señor intendente, dijo pues voy a matarlo, y dando un pequeño brinco para tomar mampuesto, le metió el punto con tal acierto, que le dio la bala arriba del ojo izquierdo, descalabrando la misma a un cabo del batallón que estaba a sus espaldas; encogió los hombros y cayó muerto, terminando sus preciosos días; aquel valeroso jefe, cuya memoria y el amor que tenía a esta ciudad, harán eterna su memoria y objeto de compasión por su desgraciada familia.
"El sargento mayor, el cabo y sargento relacionados subieron su cuerpo al cuarto número 21, donde ocurrieron todos a compadecer tal desgracia. Su hijo don Gilberto se abrazó de su padre y habiéndose levantado exclamó diciendo “al fin mi buen padre moriste con el honor que viviste; pero yo no puedo sobrevivir a tu desgracia” y metiendo mano a una pistola la preparó con ánimo de quitarse la vida, si no lo hubieran contenido varias personas de respeto y sólo se serenó con la pretexta de que lo iban a poner en el punto más peligroso. Luego que murió el señor intendente se cerró la puerta de la alhóndiga, y se dividió el ejército parte en las ventanas y parte en la hacienda de Dolores desde donde se hacía un terrible fuego en todas direcciones; comenzó el enemigo a dar barrenos en una esquina, a minar por el caño principal para introducirse en lo interior a poner fuego en las puertas y a pesar de los muchos que morían se sucedían otros con ocote y brea para conseguir su intento.
"No fueron bastantes quince frascos para hacerlos retroceder ni les acobardaba ver morir a sus compañeros, lo cual advertido por el sargento mayor les dijo a gritos, que era mejor rendirse pues no concebía esperanza de la empresa, entonces unos echaban dinero por las ventanas, otros corrían y tiraban las armas; no había orden ni obediencia, otros querían morir antes que entregarse, y no se sabe quién dio un balazo al sargento mayor don Diego Berzábal de que cayó muerto, atribuyéndose este hecho a uno de sus mismos soldados que reprehendió; éstos se desnudaban tirando las casacas y desde entonces ya no hubo defensa ni cabeza, ni orden; con mucho trabajo se enarboló bandera de paz, a cuyo tiempo todavía no ardían las puertas y habiendo cesado el fuego y piedras, se arrimaron los indios y plebe.
"Mas como los de la hacienda de Dolores no sabían lo que pasaba en el castillo, les hicieron un fuego muy vivo y el hijo del señor intendente sin poderlo contener, arrojaba frascos haciendo uno y otro muchísimo estrago; gritaron todos traición traición y sus jefes les dijeron que no se perdonaba vida; pusieron más fuego a las puertas que ardían y las ganaron a las tres y media de la tarde con una algazara que se percibía en todo Guanajuato; la humareda, los gritos y la multitud acabó de acobardar a cuantos estaban dentro, abrazándose unos de los sacerdotes y otros poniéndose de rodillas; pero muy lejos de apiadarse comenzaron a matar a cuantos encontraban, desnudándolos a tirones, y echándoles con las hondas laso al pescuezo y a las partes, y mientras estiraban unos, otros les daban lanzadas acabando en medio de los más lastimosos clamores; algunos europeos y criollos intentaron defenderse e hicieron muchísimas muertes, pero la multitud los vencía.
"Los de la hacienda de Dolores intentaron salirse por la puerta falsa que cae al puente de palo, pero cuando iban en las caballerizas, la echaron abajo los indios y plebe, y comenzaron allí la matanza. Refugiados los más en la noria hacían maravillas de valor, principalmente don Francisco Iriarte que mató como dieciocho hasta que le faltó la espada y expiró cubierto de heridas. Allí murió don Luis Portu y su hermano don Manuel en la alhóndiga don José Manuel Arellano, don Miguel Carrica, don José Posadas, don Tomás Sein, don Cipriano Urbina y otros muchos cuyo número fueron cinco en la caballeriza, once en la vivienda, siete arriba en la noria y cinco que se hallaron ahogados sin herida por haberlos precipitado el miedo con la esperanza de salvarse agarrados de la soga; pero se corrió con el peso, y todos fueron a la eternidad. Volvamos pues a la alhóndiga; salieron muchos vivos pero en cueros y entre dos de a caballo los conducían al cuartel de caballería en calidad de prisioneros; sólo salió vestido el capitán Peláez quien les decía que el general lo quería vivo y había ofrecido por él 500 pesos y de este modo lo cuidaron para recibir el premio que no tuvieron.
"Fueron también prisioneros el teniente letrado que sacó sólo media levita, don Bernabé Bustamante, don Ángel de la Riva, don Joaquín Alcayaga, don Juan Castillo, don Félix el boticario, don Miguel Arizmendi, don Pedro Telmo, el Padre Septién, el capitán don Francisco Bustamante (don José Manuel Bustamante criollo murió) don Francisco Septién y Montero, los hijos de Bernabé Bustamante, don Manuel Septién, el hijo del señor intendente, don Luis Micra, don Pedro Quijano, don Pedro Cobo, el capitán Escalera y otros muchos, que los más muy heridos escaparon de la pronta muerte, pero no de la prisión y fallecimiento que ya se había verificado en los más de sus heridas, y de la fiebre que les acometió en la cárcel, sin embargo del mucho cuidado con que se les asistió después, tanto en medicinas como en alimentos.
"A las cinco de la tarde se terminó la acción en la cual murieron ciento cinco europeos, y casi igual número de los oficiales y soldados del batallón, habiendo perecido muchos indios en casi cuatro horas que sufrieron con bastante cercanía el fuego; pero se ignora el número de sus muertos porque los enterraron en el río durante la noche y sólo aparecieron cincuenta y tres que se enterraron a otro día en la parroquia y unos cuantos en San Sebastián. Entre los que murieron son dignos de elogio el europeo don José Miguel Carrica por su religión pues le hallaron cilicios cuando lo desnudaron los indios, y les pesó haberlo matado; y el americano alférez de Dragones del Príncipe don José Francisco Valenzuela natural de Irapuato por su valor, pues habiéndose quedado a caballo fuera de la alhóndiga, recibió un palo, y al instante descargó en los indios sus dos pistolas, y metiendo mano al sable subió y bajó tres ocasiones la cuesta que llaman de Mendizábal, haciendo muchísimas muertes, hasta que con dos lanzas lo sacaron por debajo de los brazos del caballo, y viendo que ni aun así se moría lo llevaron preso y murió en el camino, repitiendo viva España hasta el último momento.
"Como los indios fueron los primeros que entraron a la alhóndiga, quedó fuera de ella una multitud de plebe deseosa también de participar del saqueo; pero les era imposible entrar; una voz que se esparció de que iba a volar la alhóndiga quemándose dos cuartos llenos de pólvora a donde ya llegaba el fuego, hizo que los indios desamparasen aquel puesto, y que todo el ejército del señor Hidalgo corriera, los de a caballo a galope tendido, y los de a pie a los cerros gritando todos que se iba a quemar el castillo, en el cual no se introdujeron más que tres cajas de pólvora porque no la había en el estanco. Este suceso dejó en libertad a la plebe para que entrara, y comenzara el saqueo, pero no tardaron los indios en volver, y se verificó repartiéndose entre todos cuanto había en aquellas oficinas advirtiéndose entre la multitud una mujer, que casi en cueros salió con una talega de pesos. No se escaparon las bulas, archivos de la real caja, todos los comestibles, el maíz, y más de 60 arrobas de manteca que sacaban en los sombreros. Hubo muchas muertes tanto de ahogadas como de puñaladas por pelear cada uno su presa, y todo esto se verificó pisando los cadáveres que así por estar en cueros, como por los pisotones, heridas, maíz, arroz y manteca, mezclado con la sangre, quedaron absolutamente desconocidos.
"Duró la gritería hasta las 8 de la noche en que registradas aquellas bodegas por cuadrillas de hombres nada hallaban de valor y se retiraron sin hacer aprecio de los cadáveres. A las 10 de la noche se dio aviso a 2 sacerdotes de que algunos aún respiraban y fueron con bastante peligro a ministrarles algún socorro. Se hallaban entonces las trincheras desechas con una multitud de muertos; alrededor de la alhóndiga no se podía andar de cadáveres; el centro de ella aun humeaban los pedazos de puerta y otros utensilios que quemaron. El suelo era una torta de piedras, maíz, arroz, sal, manteca, sangre y otros destrozos. Las paredes tenían manos estampadas de sangre y regadas de ella por todas partes. Las escaleras no se podían andar de muertos y sangre, y los cuartos se hallaban ya sin chapas. El cadáver del señor intendente estaba en cueros, y lo mismo 11 personas muertas en el cuarto que estaba su señoría. En otros dos cuartos estaban algunas personas heridas y con vida pero en cueros y llenos de la mayor aflicción esperando la muerte por momentos; pero algunos indios con lanza dijeron, que ya tenían orden de no matar a nadie, y aun les prestaron una u otra frazada a los heridos, habiéndose encontrado a un europeo que escapó de la muerte, porque aunque herido pudo echarse encima tres muertos, para que, lo tuvieran por tal, y así aguantó toda la noche". (1)
Fuente:
1.- J. E. Hernández y Dávalos. Historia de la Guerra de Independencia de México. No. 157 - Tomo II. Primera edición 1877, José M. Sandoval, impresor. Edición facsimilar 1985. Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana. Comisión Nacional para las Celebraciones del 175 Aniversario de la Independencia Nacional y 75 Aniversario de la Revolución Mexicana. Edición 2007