Es casi imposible evitar las comparaciones dado que ellos son, en buena medida, los pilares donde el episodio histórico de la guerra de Independencia se asienta. En este artículo en el que nuevamente nos apoyamos en lo escrito por el historiador Chávez Orozco, aparece esa comparación que nos confirma la razón por la cual Morelos recibe, independientemente del título de Siervo de la Nación, el de Generalísimo, razón más que clara al ver en esa balanza que el juicio de la historia hace, y medir en ella la estrategia de la mucha o poca gente acompañando a los caudillos. Recordamos que, el enfilar Hidalgo rumbo a Toluca, el contingente se calcula entre los 80 y 100 mil. Una “bola” que se volvió difícil de controlar, entre otras cosas, por las distintas lenguas que se hablaban y las instrucciones eran menester de ser traducidas y no siempre se lograba. Otomí, mazahua, purépecha, nahua, algo de pame, era lo que se hablaba. Y la complicación era mayor al alimentar a tan numeroso grupo, provocando con esto los asaltos y saqueos a las haciendas por las que iban pasando. La genialidad militar innata en Morelos queda de manifiesta al organizar sus movimientos y reclutar a sus seguidores, esto es justo lo que veremos a continuación. Eran los días previos al Sito de Cuautla.
“El ejército de Morelos, tal como se nos presenta en los días del sito de Cuautla, era el resultado de una intensa e inteligente labor de organización, tanto más genial cuanto que, quien la había llevado a cabo era un individuo del todo ajeno a las actividades militares. A Morelos se le ha ensalzado mucho por sus victorias resonantes, pero, en realidad, nadie ha advertido hasta ahora que esas victorias tienen su principal explicación en el buen juicio con que supo dar una organización adecuada y sui géneris a sus tropas.
Antes de ser cura, Morelos había sido arriero, y con su recua había recorrido en todas direcciones las provincias de Michoacán, Guanajuato y México. Había vivido una vida de acción en contacto con la naturaleza y en comercio constante e íntimo con los hombres de lucha. De aquella tomó la fortaleza y la serenidad y de estos la astucia y un maravilloso don para elegir a sus colaboradores. Las elecciones que de estos hizo Morelos completos aciertos, casi geniales: los hermanos Galeana, los Bravo, Ayala, matamoros son verdaderos hallazgos propios de una perspicacia infalible. Tal parece que Morelos, en lugar de buscar multitudes que quisiesen seguir en su empresas, buscaba a los representativos de cada región que atravesaba para que ellos, con mejor conocimiento, eligiesen a loa más aptos para la lucha, cerca de la costa del pacífico, cuando empezaba apenas su carrera de gloria, acertó a descubrir los hermanos Galeana y con ellos arrastró a los negros, ese mural ante el cual se estrellaron las disciplinadas tropas de calleja en el memorable asalto a Cuautla del 19 de febrero. Lo mismo hizo en Chilapa, a donde residía la familia bravo, a quien logró atraerse, y así sucesivamente, hasta quedar rodeado de un grupo de personalidades que, si individualmente no valían tanto como él, reunidas y sujetas a su influjo de caudillo genial, eran capaces de realizar empresas imposibles. Jamás despreció Morelos la ayuda de nadie que algo valiera. Como entonces la fabricación de la pólvora por ser un monopolio del Estado era casi desconocida, desechando todo escrúpulo tomó a su servicio al aventurero norteamericano Pedro Elías Bean para que dirigiese su fabricación en Chilpancingo.
No era partidario Morelos de los ejércitos constituidos por multitudes inmensas que con tanta dificultad se controlan y disciplinan. Escarmentado con los grandes desastres que sufrieron los primeros caudillos de la independencia, procuró que los números de sus tropas no dificultaran las maniobras, ni excediera de aquel que puede dirigir un hombre auxiliado de escasos colaboradores. Pero lo que caracterizó sobre todo al ejército de Morelos, fue su organización, basada, más que en principios exclusivamente militares, en el conocimiento profundo que tenía de las circunstancias sociales que prevalecían en el país, en aquella época. Sabía Morelos que la masa indígena, para ser controlada, necesitaba ser dirigida por ciertos individuos dotados de determinadas características. Más claramente: Morelos se había dado cuenta de la organización cacical que subsistía aun entonces en la Nueva España, y comprendió que adueñándose de la voluntad de los caciques, fácil le sería atraerse incondicionalmente a los indígenas. Porque era tal la inercia de aquella gente, que para hacerla obrar eficazmente, es decir, siempre controlada, era necesario recurrir a individuos de un gran prestigio moral, fundado en la costumbre y quizás hasta en una antiquísima tradición. Para nosotros los Galeanas, Ayala, los Bravo, etc., no eran otra cosa que caciques si se tiene en cuenta su deshago económico más o menos grande y que para llegar a esa situación se necesitaba entonces de esa preeminencia social. De ahí que la gente de la costa siempre haya estado a las órdenes de los Galeana y no tolerase nunca la autoridad de los Bravo, y recíprocamente: la gente de Chilpancingo no podía sufrir que los Galeana los mandasen.
No tuvo Morelos ocasión de contar entre sus generales a ninguno que hubiese servido al ejército colonial. Sus colaboradores fueron gentes del campo para quienes el arte de la guerra era un misterio impenetrable. No obstante, por una intuición genial, Morelos pudo descubrir el más grande de sus secretos: la disciplina. Precisamente en esto se diferenció el ejército de Morelos de las masas informes acaudilladas por hidalgo. No el número, sino la buena calidad de sus tropas, era lo que perseguía este caudillo tan sensato cuya ponderación espiritual es y será un constante ejemplo digno de imitarse. No se quiere decir que su ejército haya logrado la perfección ideal, pues esto es imposible; ni Morelos era tan torpe para que quiera a todo trance alcanzarla. Comprendía que cierta tolerancia era necesaria para aquellos hombres que eran un volcán de pasiones largamente contenidas por la cruel coacción colonial. No podía impedir a sus soldados los pequeños robos, pues recibían sus haberes con suma irregularidad, pero si prohibía terminantemente los saqueos de las poblaciones y haciendas, pues esto, en lugar de beneficiar al soldado lo perjudicaba a la postre por el desperdicio que entraña esa manera de proveerse". (1)
1.- Chávez Orozco, Luis. El Sito de Cuautla. Instituto de Cultura de Morelos. Cuernavaca, 2012. pp.27-31
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