lunes, 11 de marzo de 2019

La entrada triunfal de Calleja en la Ciudad de México luego del triunfo en Zitácuaro, 1812.

   En base al comentario que hice en el artículo anterior, continuamos ahora con una relatoria de los hechos acontecidos en la Ciudad de México luego de la Batalla de Zitácuaro en la que la Junta Soberana fue atacada y casi desaparecida:

  La descripción de la entrada de Calleja á la capital hecha por Bustamante y Alamán, merece ser conocida del lector por las apreciaciones que ambos hacen de los sucesos ocurridos en ella.

   Bustamante dice lo siguiente" Concluido el saqueo de la villa de Zitácuaro, y hecha presa de la bárbara soldadesca y de las llamas, en cuyos hogares se vio con escándalo atizar la estatua, de un santo con otro, Calleja distribuyó parte de su fuerza para lo interior, y se aprestó para entrar con la restante en México, de donde se le mandaron muchos uniformes y armas para dar á su ejército brillantez. Venegas dispuso para alojamiento de la columna de granaderos, el convento de San Agustín y aún en persona pasó la tarde del cuatro á reconocer el edificio. Recibióle el provincial con toque de órgano y vuelta de esquirla, estimando la visita como Un favor inapreciable. Trazó la entrada del ejército de modo que fuese el mismo día de San Felipe de Jesús, después de la procesión que se hace de la Catedral á San Francisco, para que las colgaduras y adornos de las calles sirviesen á esplendorizar la marcha de las tropas. Todo lo combinó el gobierno para herir nuestro amor patrio.

   Sonó el cañón de entrada en el paseo de Bucareli y respondió la plaza. Precedía en la marcha Calleja con su escolta, costosamente vestida y montada en caballos prietos todos iguales: mas, ¡oh chasco digno de Garatuza! Apenas se presenta Calleja montado sobre un fogoso prieto, cuando Da. María Gertrudis Bustos, hermana de la marquesa de Rayas, que estaba en la carrera, desde un coche exclamaba he allí mi caballo él es, y no es otro, no conoció Sancho Panza mejor su asno; cuando vio caballero sobre él á Ginés de Pasa-montes su robador en Sierra Morena. Efectivamente este caballo era robado entre muchos de los que requirió Calleja en Guanajuato. El perseguidor (que se decía) de los ladrones, bien merecía que se le persiguiera por cuatrero. En torno de Calleja, venia una turba de muchachos gritándole vivas, pero no nacidos del corazón sino estimulados por los dineros que les repartió Don Joaquín Urquijo, cura de Acayucan, vizcaíno de los irreconciliables enemigos nuestros. Entonces se presentó en mi fantasía el famoso manchego, que allá en sus delirios se prometía entrar en la corte de un grupo de rey, el cual asomándose á las fenestras de su palacio gritaba.. "La marcha del general Calleja." (Obra del Dr. Corejares, sujeto fundido en la misma turquesa, que el cura Urquijo, y de su mismo fuero.) .

   El hombre reflexivo notaba en el aspecto lívido y mirar sombrío de Calleja en aquel continente amenazante y taciturno, y en aquellos ojos revueltos y verdosos, un leopardo que cubierto de sangre salía del bosque y se preparaba para lanzarse segunda vez sobre otros rediles de inocentes ovejas. Gozábase entonces así mismo con la grita y aplausos como Agripa en los juegos de Casárea, herido con los rayos del sol que reflectaban sobre sus vestiduras de oro y púrpura y se creía el mayor de los hombres, cuando he aquí que un acontecimiento inesperado recuerda á éste hombrecillo fatuo, que es menos que nada. El mariscal de artillería D. Judas Tadeo Tornos, se acerca en su caballo para saludarlo, más al quitarse el sombrero y revolotearlo le levantó la rienda, el bruto lastimado de los asientos del bocado se para en dos manos, se lanza con fuerza sobre Calleja, le da dos fuertes manotadas en la cara, lo arroja del caballo y cae á los pies de la estatua de San Felipe de Jesús, en cuyo altar lo había colocado el piadoso platero Rodallega. Calleja es llevado en peso á un camaranchón que allí le franqueó, el dueño de la casa, se recobra un tanto con auxilios que se le ministran pero muestra la mayor confusión y vergüenza. De éste modo impide el cielo que vaya á solemnizar con un Te Deum (á que concurrió el Virrey, con toda la oficialidad á catedral á las dos la de tarde) el triunfo que había conseguido sobre nuestra libertad y á tributar gracias á María Santísima de los Remedios, cuyo templo erigido bajo ésta misma advocación acababa de dar á las llamas. El cielo no quiere las oblaciones de los impíos, ni se aplaca su cólera con las exterioridades con que se insulta á su divinidad; quiere inocencia de manos y pureza de corazón, que no había en este general victorioso.

   Precedia al ejército de Calleja, más número de mujeres que de soldados; algunos de estos traían cinco. Estas eran las Harpías que en tierra adentro se habían cebado desnudando los cadáveres, en los combates. Venían cargadas de preciosidades &c.

 Alamán hace la descripción en los términos siguientes:

   "Señalóse para la entrada triunfal del ejército del centro en México el día cinco de Febrero en el que aquella ciudad, celebra la fiesta de su patrono, el mártir mexicano San Felipe de Jesús, cuya función se solemnizaba entonces con una procesión, que después de la misa salía de la catedral é iba á San Francisco en la que se presentaba en diversas andas ó pasos la historia del santo, la carrera se adornaba con esmero en las calles de Plateros, cuyo oficio empezó á ejercer el mismo Santo, en la parte más temprana de su vida, se ponían suntuosos altares por los individuos de éste arte, floreciente en aquel tiempo. Como en todo se buscaban interpretaciones siniestras, se dijo por los afectos á la revolución, que se había escogido aquel día, para que el adorno de las calles destinado á la función de está, sirviese para ostentar un recibimiento solemne al ejército, que de otro modo no se habría hecho. Desde la garita del Paseo nuevo, por la que las tropas debían hacer su entrada, se pusieron arcos de flores, y antes de llegar á ella, al paso por el lindero de la pequeña hacienda de Becerra, cuyo dueño D. José Ignacio Vizcaya fue capitán de la compañía de gastadores de la columna de granaderos (y murió de enfermedad en San Luis, habiéndose distinguido en toda la campaña su tío el arcediano Beristain, hizo poner un arco con una inscripción honrosa al difunto y al cuerpo en que había militado. A las doce y media de la mañana, una salva de artillería anunció la llegada de la vanguardia á la garita, donde esperaban al general para acompañarle los jefes principales de la plaza y otros militares de distinción. Marchaba al frente Calleja con su estado mayor y una lucida escolta, seguían por su orden los cuerpos, formando la cabeza de la columna los granaderos, en cuya primera fila se hacía notar D. Domingo Mioño, español, natural de Galicia y avecindado en Colima, donde había gozado de comodidades, quien para dar ejemplo á sus paisanos de la decisión con que debían obrar en su propia defensa, servía como soldado, y nunca quiso ser más que el primer granadero de la columna, como Latour Auvergne lo había sido en Francia de la República. México presentaba por la primera vez un espectáculo militar imponente, el concurso del inmenso y la gente veía con admiración aquellos soldados cuyas proezas había leído, y en especial aquellos cuerpos levantados por Calleja en San Luis, que había hecho de una manera tan bizarra la campaña, y á cuya aproximación había debido la capital, un año antes, no haber sido desbastada por la muchedumbre que Hidalgo condujo hasta las Cruces, estimulada por el deseo del pillaje y la desolación. Un accidente inopinado turbó la solemnidad de la entrada. 

   Al pasar el Gral. Calleja delante de la última casa de la primera calle de Plateros, junto al portal de Mercaderes, con los vivas y aplausos del pueblo, se alborotó el caballo que montaba el mariscal de Campo D. Judas Tadeo Tornos, director de artillería, que iba al lado de Calleja, y parándose de manos dio con ellas en la cabeza dé éste, tirándole el sombrero y haciéndole caer en tierra, cuyo golpe fue bastante fuerte; para que fuese menester llevarlo cargado á la casa del platero Rodallega y ponerlo en cama por algún rato, basta que un tanto repuesto, pudo ir en coche á presentarse al Virrey á palacio. Los que se habían burlado del prodigio de las palmas de Zitácuaro, tuvieron ahora ocasión de contra poner agüero por agüero, teniendo por mal anuncio el que Calleja en medio de su triunfo, cayese con el mariscal Tornos, que también fue derribado del caballo, á los pies del altar de un Santo mexicano, en el día de la fiesta de éste y en la misma calle en donde éste había ejercido el oficio de platero.

   El ejército desfiló delante del palacio, saludándole y aplaudiéndolo el Virrey, que salió á los balcones para verlo pasar, su fuerza en éste día era de 2,150 infantes 1,832 caballos que hacía el total de 3,972 hombres, número que parecerá muy corto, atendiendo á las grandes victorias que obtuvo sobre reuniones de gente, aunque indisciplinada, incomparablemente más numerosa, pero entonces se hacía mucho con poco, mientras que después la impericia de los que han mandado, ha sido causa de que nada se haya hecho con mucho. Acompañaban al ejército mil quinientas cargas de víveres, cantidad de parque y la artillería tomada en Zitácuaro, todo lo cual hizo que tardase en entrar desde las doce y media hasta las cuatro de la tarde, seguíanle porción de mujeres y estas llevaban consigo los despojos del saqueo de aquella villa. La plana mayor se presentó en seguida á cumplimentar al Virrey, quien con ella y los empleados superiores y otros individuos que acostumbraban asistir á su corte, se trasladó á la catedral magníficamente iluminada. Recibióle el cabildo eclesiástico y se cantó un Te Deum, para dar gracias á Dios por las victorias obtenidas por aquel ejército."

   Es notable que la "Gaceta y el Diario" de México que se ocupan de referir la entrada de Calleja á la capital, omitan hacer mención de la caída del caballo del jefe realista, sin duda debido á los comentarios desfavorables que luego hicieron los afectos á la independencia de este suceso.  

Fuente:

Zamacois, Niceto. Historia de México. Tomo VI, Cap. XIII. Parrés Editor, México 1888.

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