domingo, 25 de febrero de 2018

Tercera parte del relato de Beltrami en torno a la participación de Mina en la guerra de Independencia

Esta es la tercera de cuatro partes de la carta que Beltrami envía a la condesa  Luisa de Stolberg-Gedern. Aquí hace una interesante reseña de la zona de León. Para ver la primera parte, entra aquí y la segunda, acá.

  León tiene bellas iglesias y hermosos; conventos. Los jesuitas tenían allí una opulenta y vasta dominación, formaron un convento de jesuitas hembras, sin miramiento á las bulas del Vaticano y á los decretos de diferentes príncipes, que han prohibido frecuentemente esta clase de instituciones: es cierto que estos señores se han mofado siempre de los papas, de los pueblos y de los reyes. Habían llamado á este serrallo el Beaterío de las mujeres (en lugar de bienaventuranza para las mujeres) y se dice que no era menos para los reverendos padres. Los franciscanos que son actualmente los directores, habrían podido darme algunas nociones seguras sobre este particular; pero volvían las hojas de sus breviarios cuando yo les promovía esta conversación.

León está á cerca de ciento veinte millas de Guadalajara, trescientas de México, y á cincuenta de Guanajuato por la vía de Silao. De León tomé el camino de la alta cordillera, la cadena principal de la Sierra-Madre que le domina al Este: la que Mina recorría durante el sitio del Sombrero, en donde aguardaba los socorros que Torres le prometía sin pesar y jamás le envió. Desde allí habría podido con sus socorros atacar al enemigo por su retaguardia y conseguido quizá arrojarlo, ó cuando menos, mantener el valor y medios de resistencia de la guarnición del fuerte.

Hice alto en la hacienda de la Tlachiquera; situada en el seno de un gran valle que comienza casi en la cuna de esta alta cordillera, llevando el nombre de la hacienda, ó ésta el nombre de la cordillera. Los realistas la quemaron y destruyeron desde los cimientos: hoy no es más que un montón de ruinas. Algunos jacales de nueva construcción sirven allí dé abrigos provisorios á los empleados en la agricultura que ha vuelto á atenderse, y que estuvo abandonada por mucho tiempo durante la revolución: 

Pertenece á un distinguido patriota, al único amigo sincero que Mina tuvo quizá entre estos celosos pobladores. Y este celo no debe asombraros, condesa, porque es la consecuencia del estado de abyección y desconfianza á que los españoles los habían pérfidamente reducido: todavía hoy les es todo extranjero ó sospechoso ó antipático. Este patriota criollo es D. Mariano Herrera, héroe puro de la revolución, héroe de la amistad: este último heroísmo lo arrastró hasta el borde del sepulcro, que cavó la suerte al desgraciado Mina en la provincia del Bajío. 

En la Tlachiquera fue donde Mina encontró los restos de la guarnición que habían escapado del asesinato del fuerte del Sombrero: eran solo diez y nueve, y de estos solo siete ú ocho de su falange américo-europea. ¿En dónde están los otros? preguntó Mina luego que los vio.

—Somos los únicos que les sobrevivimos: Esta respuesta le hizo derramar copiosas lágrimas.

Es necesario daros aquí una idea estratégica, de la manera con que los patriotas hacían la guerra,; En cada, distrito el pueblo, criaba, como los tártaros, sus oficiales, y escogía los más intrépidos, los más valientes, sin distinción de casta ni de talentos. El comandante solo era nombrado por el general en jefe, que frecuentemente lo era por .su propio nombramiento.

Cuando había necesidad de reunir un cuerpo el general daba la orden á los comandantes de los diversos distritos, y estos á sus oficiales, quienes á su vez lo hacían con los soldados. Se daba una cita para el punto de reunión, como por ejemplo, la Tlachiquera. Todos aquellos soldados vagabundos, ó se armaban por sí mismos, ó llevaban las armas que se les distribuían cuando la casualidad las proporcionaba; lo mismo sucedía con las municiones; se pagaban cuando sobraba algún dinero á las dilapidaciones de los jefes, cuando no el pillaje hacia los gastos. En cuanto á los víveres no había necesidad de provisiones para los mexicanos: por donde quiera encuentran tortillas que bastan para su sobriedad verdaderamente extraordinaria; además de las tortillas, los frutos naturales del país y los ganados-, hacen en todas partes las fiestas. Equipajes y cuarteles tampoco les eran más necesarios; un par de calzones y una camisa, son toda su ropa de gala, suelen también andar sin camisa; unas mangas son sus capas, sus cobertores y sus lechos: un portal, un árbol ó el Cielo raso, son sus cuarteles. 

Si en el combate sucumben, se dispersan para reunirse en un lugar concertado de antemano, como los escitas, los cosacos y los salvajes: si triunfan, permanecen reunidos hasta que el general juzga á propósito despedirlos; entonces cada uno se retira á donde le parece: vuelve ó no vuelve según su fantasía. Los realistas bien armados, sabiamente organizados, bastante disciplinados y con los medios de trasporte indispensables para la artillería y las municiones &c., tenían como era natural, una ventaja inmensa sobre estas hordas aventureras; sin embargo, condesa, en los últimos tiempos, en igualdad de número y de posición, casi siempre salían victoriosas. Su caballería sobre todo, es formidable. Los mexicanos en mi opinión, son los mejores y más hábiles jinetes del mundo; nada los contiene ni atemoriza si están seguros de que su caballo es tan dócil á los movimientos de su mano izquierda, como hábil es su brazo para herir con el sable ó la lanza. Su caballería tiene además otra arma terrible, el lazo, el nudo corredizo de nuestros pastores. Los mexicanos lo arrojan sobre el enemigo con una destreza sorprendente y á distancias considerables; aguijan con ambas espuelas á su caballo, y arrastran á su presa con el lazo cuya extremidad se recomienda á la cabeza de la silla.

Hemos visto que los mexicanos si hubiesen sido auxiliados en su talento natural por luces bien adaptadas, serian uno de los primeros pueblos del mundo: me atrevo á asegurar que bien disciplinados y bien mandados, pueden  hacerse los mejores soldados. Resisten á toda clase de intemperies, de privaciones, de fatigas, cuando nosotros estaríamos ya extenuados y rendidos. Las escoltas, ó las guardias de honor con que cada comandantito se pavonea, estando un poco mejor disciplinadas y arregladas, han hecho, y con frecuencia, prodigios de valor. Algunas veces se contaban en una partida tantos oficiales como soldados, lo que no podría suceder en una tropa regularizada en donde la comandancia vendría á convertirse en una anarquía, en una confusión; pero este es un nuevo medio de emulación para gentes resueltas á batirse solamente, sin ceremonias de distinción ni grado. Que después del combate se les llame capitanes ó soldados ¿qué importa? y durante la batalla resultan de esto algunos bravos de mas, y algunas pretensiones de menos.

Antes de dejar á la Tlachiquera, debo deteneros un poco sobre la manera de tomar la agua que riega el terreno destinado al cultivo del trigo. Los cimientos del dique que atraviesa y obstruye un vallecillo encerrando en el centro un hermoso vaso, son casi ciclópeas Recordad, condesa, las del vaso de San Fereol que os manifesté desde lo alto de las Cevenas que surten el gran canal de Languedoc. Estas, mucho menos importantes, son de muy grandes dimensiones para un simple particular: su solidez resistió á todos los esfuerzos vandálicos de los realistas. Son una obra que si se hallara entre las ruinas del Latium, se le creería romana. Fue emprendida y acabada por el padre de D. Mariano.

De la Tlachiquera me dirigí al rancho del Venadito, á seis millas al Sur, dependiente de la misma hacienda: allí vive y vi yo á D. Mariano: allí fue donde Mina concluyó su carrera militar: y su carrera mortal no fue más lejos de allí. Esta es la última huella que encontramos de su expedición trasatlántica: un velo funerario la cubrirá para siempre. Mi corazón participa de vuestras emociones.

No seré largo. Liñan después de la toma y carnicería del Sombrero, llevó sus armas y crueldades contra el fuerte de los Remedios, en donde el padre Torres había reunido todo su poder. Nada faltaba en él; todo había en abundancia, pero Torres allí estaba, y de consiguiente la molicie, la intriga, la discordia y la cobardía, debían también reinar allí, á pesar de que el coronel Noboa y otros oficiales que Mina había tenido la bondad de darle de su falange americano-europea, hubiesen hecho esfuerzos inauditos para establecer el orden, la disciplina y todos los medios de defensa. 

Este fuerte está á cerca de cincuenta millas al Sud-Oeste del Sombrero; á cuarenta millas del Venadito, á treinta y seis millas de Guanajuato al Oeste, sobre una montaña que se eleva como por encanto sobre los bellos y vastos planes del Bajío.

Mina aunque siempre engañado y traicionado por la perfidia de Torres, no cesaba de emplear todos sus esfuerzos en favor de la causa de la independencia. Convino con Torres y con los oficiales que le había dejado, que mientras ellos se ocupaban de defender el fuerte, él recorrería el campo con el fin deportar los víveres y los socorros á los sitiadores, y los molestaría de todas maneras. Había logrado formar un cuerpo muy considerable de caballería, y reunir alguna infantería: se puso en campaña con valor y resolución. Ataca en seguida, y gana al Bizcocho y á San Luis de la Paz, dos plazas que los realistas habían fortificado. Para mejor cortar las comunicaciones entre Liñan y la capital (México) intenta apoderarse de San Miguel el Grande que hallaréis en la carta; pero fracasó su intento. La misma suerte tuvo en la Zanja, hacienda fortificada por los realistas, cerca del Valle de Santiago. 

Casi todos los comandantes de los distritos patrióticos, seguían contra Mina el sistema de celo y ambición de su jefe, el padre Torres; lo dejaban que careciese de todo después de haberle prometido todo, y lo abandonaban solo en las empresas que juntos habían combinado. Para colmo de desgracias, se declaró una oposición abierta entre él y el infame padre Torres. Mina tenía proyectado atacar á Guanajuato, como el foco y depósito general de todas las fuerzas, de todos los recursos de los realistas en el Bajío. Torres se opone, y manda desde su Bastilla á todos los comandantes de la provincia, que no den á Mina socorro alguno, sino con el objeto de atacar de frente a los sitiadores, porque el valiente reverendo comenzaba á no ver más en la causa de la independencia, que á sí mismo, á sus bellas, á su fuerte, y á los sitiadores que muy de cerca lo .perseguían. Mina contrariado por todas partes, combate aquí y allá como un vagabundo con diferente fortuna. Inquieta al enemigo; pero sin plan combinado, sin acuerdo y sin fuerzas, no puede intentar golpe alguno decisivo: tanto menos cuanto que él mismo se encuentra constantemente circunvalado, asechado por él coronel Orrantia que le sigue por donde quiera á la cabeza de un cuerpo de caballería, y de una manera que parece concertada para sorprenderlo ó hacerlo caer en algún lazo.

Continuará...

Fuente:

Beltrami, Giacomo Constantino. México, obra escrita en francés. Tomo II. Imprenta de Francisco Frías, Querétaro, 1853, pp. 156-293

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