sábado, 24 de febrero de 2018

Un relato de Beltrami sobre Francisco Javier Mina (Segunda Parte)

Continuamos con la carta a la Condesa:

Lo que hace mucho honor al desinterés de Mina, es que toda la suma que no se evaporó, fue entregada por el comandante del fuerte del Sombrero, como un óptimo despojo perteneciente al gobierno imaginario, bajo cuyos auspicios se había empeñado al servicio de la independencia: y lo que distingue la política del padre Torres, es que prontamente se trasladó al fuerte del Sombrero, para dar la bienvenida al nuevo huésped y tocar la mano á los doblones, que este acababa de llevar. D. Pedro Moreno hizo allí también su boda; porque el patriotismo de esta clase de jefes consiste principalmente en los doblones. ¡Pobre Mina! ¡Qué auxiliares!

Sin embargo, este jefe se ocupaba en el fuerte del Sombrero, en reforzar su tropa, y en arreglar las disposiciones para asegurar algunos triunfos á la causa que había venido á defender. Pero los patriotas concebían ya cierto celo, que se explica tanto mejor cuanto que el mismo sentimiento naciente entre ellos debía muy naturalmente fundarse en la cualidad de extranjero; sentimiento favorecido por otra parte, por las sospechas alarmantes que los malvados ó los emisarios realistas habían esparcido contra su lealtad. De aquí nació la negligencia en instruirse en el Sombrero, de lo  que los realistas hacían en la ciudad de León, que estaba en cierta manera bajo de sus muros, y esto fue lo que lo hizo sucumbir en la expedición emprendida contra esta plaza.

La guarnición era tres veces más fuerte de lo que él lo había creído. Ignoraba que uno de los mejores generales españoles había venido á mandarla, el general Negrete y además fue engañado aparentemente sobre la situación de la ciudad; porque cometió la enorme torpeza de atacarla por el lado del plan al Este; mientras que al Oeste, una colina que la domina y la costea de Norte á Sur, ofrece la más favorable posición para dominarla y tener en el ataque un éxito feliz.

En México las casas grandes, los conventos y las iglesias están todas coronadas de hendiduras que hacen de ellas otras tantas fortalezas, de baluartes desde donde los asaltados pueden rechazar á los asaltadores que se presentan por el lado de un plan: he aquí lo que hizo de cada hacienda una fortaleza bastante formidable ó al menos defendible en una guerra de guerrillas ó de partidarios. La torre que Iturbide hizo construir en León, es precisamente un puesto avanzado hacia la colina para rechazar los avances del enemigo; pero el obstáculo es muy fácil de vencer; es una fanfarronada: su autor no ha querido más que trasmitir su nombre á la posteridad, no pudiendo entonces ni soñar que la suerte que saca al hombre del fango para elevarlo hasta el cielo, le proporcionaría en lo sucesivo el Grito de Iguala, y menos todavía que circunstancias fortuitas y la ambición del padrastro, le proporcionarían un trono de teatro sobre el que se meneó corno un títere por algunos meses.

Mina perdió cien hombres en este ataque, y además una gran parte de la admiración que sus hazañas habían arrojado en diverso sentido sobre los diferentes partidos; manifestó al enemigo y á los suyos que era más bien guerrillero que militar. 

Negrete hizo fusilar á todos sus prisioneros: Mina trató á los suyos con más humanidad. Uno y otro eran españoles, lo que prueba que no son las naciones las que distinguen á los hombres, sino los sentimientos que los animan; y estos sentimientos jamás serán generosos, cuando se sirve á la tiranía: ved á los españoles. Por qué se han manifestado siempre crueles y bárbaros? porque la tiranía ha sido siempre su ídolo. Decididamente las circunstancias son las que forman á los hombres: los principios muy frecuentemente se les ha visto volar con el viento que sopla para subir ó bajar la conducta de la criatura humana.

Apodaca, sin embargo, se manifestaba vigilante, conocía que el arribo y las victorias de Mina podían encender de nuevo el fuego de la revolución en el Sur y hacer que de nuevo se levantase la voz de independencia en todo México. Pero los jefes del Sur descansaban tranquilos á la sombra de la amnistía real; y la anarquía, el celo y el despotismo del padre Torres, paralizaban los negocios patrióticos del Norte.

Apodaca pudo reunir apresuradamente un ejército de cinco ó seis mil hombres, y enviarlos á atacar con vigor las operaciones de Mina antes que hubiese crecido su poder. Mina se había convenido con el padre Torres; contaba con los ocho mil hombres, las armas, las municiones y las provisiones que le tenía prometidas para el fuerte del sombrero. Arrullado con estas vanas esperanzas, vio llegar inopinadamente la tropa de Apodaca al frente del fuerte guarnecido más bien por mujeres y niños que por soldados y falto de víveres.

Mina hace una salida; se abre paso por el campo enemigo, y perdió la campaña por ir á solicitar los socorros del padre Torres: el padre le hace patente su impotencia: tenía otros quehaceres en el fuerte con sus bellas.

El Sombrero, este fuerte de cartón, después de casi un mes de resistencia, cayó en poder del enemigo. Debo economizar á vuestra alma sensible la relación de los horrores que los españoles cometieron con estos valientes: todos aquellos que no pudieron hallar su salvación fuera del reducto, fueron asesinados sin distinguir heridos ni enfermos. La pequeña tropa de Mina pereció allí casi toda. Allí perdió á su segundo, el coronel Young, americano, que era el bravo; de los bravos, un oficial distinguido bajo todos aspectos, no menos valiente en el combate "que generoso con los vencidos. 

Por lo que toca á D. Pedro Moreno, adivinaréis que se salvó: los cobardes saben siempre hallar el agujero por donde evadirse, mientras que los otros se baten: y no olvidó sus doblones. El general comandante de los realistas, era un cierto Pascual Liñán, simple soldado cuando Fernando entró en Francia bajo la tutela de Napoleón, y no sé por qué accidente se convirtió en criado de su rey. En la restauración, de la cocina ó del a antecámara, pasó de un salto al generalato y fue enviado á México con el grado de inspector general, aunque no supiese, según se ha dicho, ni leer ni escribir. Se le representa el hombre más grosero, más malcriado aun con las mujeres, y se asegura que es muy afecto á ser de los últimos en el momento del combate. Pero cruel y bárbaro tenía lo necesario para entrar en la gracia, y la confianza de ciertas personas reales. Muchos de los oficiales españoles que servían á sus órdenes, estaban altamente indignados de la conducta atroz de este caníbal. Protestaban y hacían mil esfuerzos generosos para salvar á la humanidad de su rabia homicida, pero en vano. Su crueldad, lo repito, era su solo mérito, y debía desplegarla del todo para recomendarse á un gobierno sanguinario. Quizá desagradaba al virrey de México que había prohibido espesamente asesinar á los prisioneros, pero sabía que se hacía agradable en otra parte, que encontraba más simpatías en aquellos de quienes recibía sus instrucciones y continuaba en su sistema, mofándose de la humanidad de sus oficiales y de Apodaca Para proporcionar algún descanso á vuestra sensibilidad que padece, retiremos la vista por un momento de las atrocidades de este monstruo, y de la perfidia del padre Torres. 

Dejemos al pobre Mina entregado á su celo infatigable, para reanimadla independencia moribunda. Volvamos al puente de donde nos hemos separado, León y á los negocios del día.

En León supe el nombramiento de Victoria para la presidencia de la federación. Esta elección me parece buena y la que mejor conviene, según creo, al estado presente de México. Guerrero, como, lo he dicho otras veces es igualmente, digno bajo todos aspectos de la confianza, de la estimación y de la gratitud de sus conciudadanos; pero quizá no tiene aún toda la urbanidad y la experiencia necesarias á tan altas funciones. Habrá adquirido lo que ahora le falta para la próxima elección.

Es un bien para la República que Bravo haya perdido su pleito. El hombre que conspiraba con los españoles para la centralización, y empezando por concentrar en la sola ciudad de México, en las manos de un triunvirato (que habría tenido el mismo fin de todos los triunviratos) el poder que está hoy diseminado con injusto equilibrio en diez y siete ó diez y ocho mundos, es decir, estados y territorios; el hombre que para subir á la presidencia ha sabido trasformar una sociedad, fundada en un principio absolutamente filantrópico, en una turba escandalosa de intrigantes, y en que figuraban principalmente aquellos que á su ejemplo no habían cesado de gritar animados por el aborrecimiento y la calumnia contra los masones, mientras que por otro lado solicitaban humildemente los sufragios del purismo y del monaquismo el hombre que bajo el pretexto de moderación, de prudencia y de otros semejantes nombres, ha engañado políticamente á todos los partidos y acariciado á los más poderosos; un hombre semejante á mi entender siente mucho la ambición, y este vicio es peligroso en el presidente  de un mundo, en donde el más majadero es un sabio y quizá un rey. Por esta franca expresión de mi opinión no creo oponerme á los panegiristas que han celebrado sus sentimientos generosos durante la revolución: al contrario, yo convengo en que era entonces tal cual se le representa; pero yo me opongo á que sea lo que hoy se le reputa.

No dudo que en lo sucesivo se muestre buen ciudadano, si á esto limita su ambición; pero si se le deja seguir más adelante, ó se pierde ó pierde al estado. (Los sucesos me han hecho profeta; pero se dirá que yo me convertí en profeta después de los sucesos. Las personas que tenían mi confianza y que me habían entregado la suya en Guanajuato, en México y en otras partes, encontrarán estas páginas del todo conformes con lo que entonces les decía.)

Participé con mucho placer de las fiestas consagradas á la celebración de este nombramiento. Victoria me parece un hombre de bien, un patriota firme: pero con medianos medios y alguna debilidad, debe rodearse de Fabricios y rechazar á los Antonios. 

Continuará...

Fuente:

Beltrami, Giacomo Constantino. México, obra escrita en francés. Tomo II. Imprenta de Francisco Frías, Querétaro, 1853, pp. 156-293

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