lunes, 2 de noviembre de 2020

Copia de la relación escrita por un testigo presencial del terrible acontecimiento verificado en el Castillo de Granaditas en 1810.

Copia de un documento histórico tomada íntegra de una relación original escrita por un testigo presencial del terrible acontecimiento verificado en el Castillo de Granaditas en mil ochocientos diez.

   Satisfago a los deseos que tiene usted de una relación cierta de lo sucedido en Granaditas en el día 28 de Septiembre de 1810. Primeramente toda la reunión y fuerzas estaba reunida en la Plaza Mayor, las bocas calles con fosos y estacadas y sus respectivas guardias. Por Santa Rosa, Valenciana, camino de San Miguel y demás puntos que cercan la ciudad, avanzadas bastantemente respetables; por la noche, rondas de a 16 hombres de a caballo. Hubo varias consultas en el cabildo sobre la mayor seguridad, y entre diversos pareceres prevaleció el del Señor Intendente con algunos otros que se le agregaron, de que en Granaditas sería la reunión, y que allí mandaba llevar el tesoro, y que todos los vecinos que quisieren podían llevar también sus intereses.

   Cerrados ya los Señores y no habiendo quién diese consejo por que en todas partes nos anunciaban peligro de muerte o cuando menos quedar prisioneros, tomé el partido de irme a dicho fuerte. Entre 8 y 9 de la mañana del mismo día 28 cuando acababa de salir Abasolo de entregar el pliego, entré yo. Abasolo se fue luego y dejó a un soldado suyo que llevara la respuesta. Lo que contenía el pliego era la proclamación del Cura en Celaya por más de cincuenta mil Americanos, y que á nombre de la Nación se pretendía la independencia y recoger á los ultramarinos y sus caudales, etc.

  Como á la hora dio orden el Señor Intendente para que todos (sin exceptuar eclesiásticos) subiéramos a las azoteas. Separó el batallón de ultramarinos y criollos y formados en filas se nos leyó el pliego y preguntó por tres veces qué respondían: y todos a una voz dijeron vencer o morir. Después se le hizo saber al batallón y con entusiasmo dieron la misma respuesta. Se les dio música y empezaron los vivas por España. Observamos que los dos cerros de San Miguel, y el Diablo estaban poblados de gentulla y que nos correspondían tirando los sombreros por alto; pero como no se oían sus voces tampoco pudimos comprender hacía quién se dirigían sus vivas. No obstante que ignorábamos sus intenciones; se les dio señales de agradecimiento.


   Serían las 11 cuando el Intendente mandó al batallón bajase á comer, y apenas habrían empezado cuando se tocó a la generala por unos diez ó doce indios que entraban con lanzas por la calzada, y al llegar a una especie de plazuela que hay entre Belén y Dolores, se le gritó por tres ocasiones se contuvieran y no obedeciendo mandó a su hijo que comandaba esta estacada diese fuego, lo que ejecutó con violencia; pero como estaban cerca de Belén, corrieron y los libertó la esquina y solo pereció un pobre que estaba parado en una puerta de aquellas casitas. Cuando sucedió esta estaba yo a su lado. Poco antes que se divisara el ejército del Cura vimos bajar de Valenciana y Mellado bastante número de gente con banderilla blanca y tomaron el camino por la cañada abajo que iban seguramente a reunirse con su Tata Cura.

   No hubo más novedad hasta cosa de los doce. Como a estas horas vimos sobre el cerro de San Miguel el ejército americano que según se advirtió al descubrirse subieron por la presa de la cañada ó de Rocha y bajaron por San Juan. Desde una esquina de la azotea de Granaditas los vi entrar en la plaza y luego que empezaron los golpes en las puertas de las tiendas empezaron también las piedras y alguna otra bala desde el cerro del Diablo. Yo seguí todavía en la azotea porque seguramente desde la cumbre del cerro no nos alcanzaban ni las piedras ni las balas; y sin embargo de esto desde la azotea no vi dar fuego por los nuestros y solo vi que se diera desde las estacadas. Los de arriba seguramente no daban fuego por que los tapaban las casas ó tal vez por no hacer alguna avería en los que teníamos defendiendo las estacadas. Lo cierto es que por más de tres horas sostuvo fuego graneado la tropa que teníamos en las bocas calles, pero la de adentro yo no vi que diera fuego ni que sirviera de nada en las azoteas más que de recibir pedradas. Por una gotera (sic) parte estaba terrible la batalla; y entre una y dos de la tarde teníamos ya como 20 heridos siendo solo de bala Don Pedro Bustillos, porque estos estaban en las estacadas; estando el capellán y yo confesando algunos heridos dieron el grito: ¡El Santo Oleo para el Señor Intendente! fue el capellán, y al cuarto de hora ya estaba en la eternidad. Su eficacia le trajo la muerte pues ya viendo como movían las piedras salió para una de las estacadas (no sé a qué disposiciones) y apenas abría andado de cuatro a seis pasos cuando desde una ventana le dieron con tal acierto un balazo en la cabeza que hasta los sesos echó por las narices; se la hicieron pedazos. Su muerte nos consternó bastante y fue causa de que todos desconfiaran de la victoria y por esto desampararon las azoteas y se bajaron a sus cuartos. Ya aquí se trató de pedir paces.

  El primero que subió con la bandera fue Don Bernabé Bustamante a quién actualmente estaba yo confesando, no por herido, y sí porque esperaba (como todos) la muerte. No hicieron caso y subió por segunda vez un Padre con bandera y Santo Cristo. Tampoco la concedieron pues como no paraba el fuego de las estacadas y Dolores creyeron seguramente que era cautela para cogerlos juntos y echarles los frascos. O tal vez sería maldad de algunos perversos. Viendo la renuncia en conceder la paz se les tiró dos talegas que yo mismo las vi y esto a fuerza de súplicas. Se tiraron algunos papeles pidiendo paz pero no alcanzando ya diligencias se trató de poner un oficio al cabildo para que á nombre de todos suplicara las paces. No hallaban quién se resolviera a llevarlo porque no había más arbitrio que descolgar á uno por una ventana que mira hacia Dolores. Echaron mano de mí y a fuerza de súplicas recibí el oficio me lo metí en la capilla y al mirar una altura como de 20 varas y que movían las piedras y algunas balas, no me resolví a bajar, creído que indispensablemente moría, porque no habían de creer que era padre sino cautela de poner el habito á cualquiera.


   No faltó quién hiciera este sacrificio de los del batallón, se amarró y descolgó y por más que se gritaba que no lo mataran, llegó ya muerto abajo. Mirándonos ya sin remedio porque nos ganaron la estacada que caía al campo santo de Belén y que prendieron fuego á la puerta, se tiraron á lo desesperado los frascos, pero como cayeron afuera no vi el estrago que hicieron. Se formó en filas el batallón y demás señores que estaban dentro para recibirlos en la puerta a boca de cañón, pero no pude saber de dónde vino el que se dejaran las armas, y con esto, todos se retiraron a los cuartos de arriba. A poco sin saber cómo, entró el hijo del Intendente todo herido y bañado en sangre: en esta ocasión estaba yo cargado sobre la barandilla de los corredores, y luego que lo vi le salí a recibirlo, se le metió en su cuarto, y no tuve lugar más que para darle la absolución, porque me gritaron que ya entraban. A una voz me dijeron todos bajara yo por delante suplicándoles perdonaran las vidas. Baje el primero y Costilla con otros, unos agarrados de mi cuerda y de allí me seguían los más. Al bajar el último escalón entró el tropel de gentes y sin atender al sacerdocio, ni a las súplicas, me dieron un garrotazo en la cabeza y otro en el hombro y aunque bañado todo en sangre no me privé, y así pude observar cuanto sucedió y los destrozos que hubo. Con mil trabajos y peligros entre la multitud de la gentulla pude tomar un cuarto en frente de la escalera, y desde allí vi como los agarraban y mataban a puñaladas, garrotazos y algunos los pasaban con sus mismos sables y espadas. Los veía desnudos después de muertos y algunos aún no acababan de espirar cuando ya estaban encuerados. En la misma pieza se libertó un hijo de Don Bernabé Bustamante, salió herido y ahora va en el ejército del centro. Si le quieren decir a usted que hubo fuego en este lance, diga usted que es mentira, pues ni por los nuestros ni por los insurgentes se disparó un tiro, ni la apretura dela gentulla que no cabían parados lo podía permitir. Ni menos crea usted que entró Allende mientras duró la zafacoca, buen cuidado tendría él de no meterse en una bola, en donde los más no lo conocían, que fuera después al pillaje como fue el Cura, no lo dudo; pero la intrepidez que tanto blasonan de Allende los guanajuateños, no se pudo ver en esta vez. Concluida la mortandad, y divertidos en el saqueo quise irme, pero un minero y un indio, me cogieron prisionero, y me llevaban al cuartel a la presencia de un general, porque siendo padre iba contra la fe (esto es lo que ellos alegaban para llevarme) y por más súplicas que le hice no me permitieron el que entrara en una casa a curarme. Digo que un minero el uno, porque á los tres días fue este mismo a pedirme una limosna, y alega por mérito el haberme sacado de Granaditas. Salí por encima de todos los muertos que cubrían el patio y no se contaban hasta la esquina de afuera de Granaditas, y tan hechos pedazos estaban principalmente las cabezas que no pude conocer ni uno solo, siendo cierto que los más eran amigos y conocidos. A poco de haber entrado en la calle de los pasitos, me encontré con el Cura acompañado de unos 30 caballos, poco más o menos, me entré por el medio de ellos, le di mis besamanos, me conoció, y dio orden me llevaran al convento, de algo me sirvió el conocimiento, pues no lo hizo así con el padre Septién que lo encerró en el cuartel. Pidió un jarro de agua á mi vista, y de allí siguió para Granaditas.

   Esta es la verdad de todo lo sucedido en dicho día 28 de septiembre de 1810. Y aunque he oído hablar de algunos guanajuateños distintas cosas de lo que va escrito, no tienen más razón que por que se los dijeron, ni ellos son capaces de adivinar lo que sucedió en una casa cerrada, aún algunos de los que estaban dentro han hablado muchas cosas que no sucedieron, yo no sé si lo harían por granjearse alguna estimación o por acreditar su valor. El original de donde se ha tomado la relación preinserta existe en poder de Don Miguel Carrasca, quién lo obtuvo por regalo que de dicho documento histórico le hizo el Sr. Don Francisco Lorenti el año de 1874 en Guanajuato.

Nota:- Compulsa que hago de la primera copia que saque del original, para obsequiar al Señor Cura Foráneo de esta Ciudad, Don Antonio Morales en su día onomástica. San Felipe 13 de Junio de 1905. Clemente Garcidueñas.

 
El documento se localiza en el Archivo General del Estado de Guanajuato, dentro de la colección Agustín Lanuza Oresdier (Expediente N2 30, 6 fojas, buen estado de conservación), una de las más ricas y valiosas colecciones históricas que se administran en el archivo histórico. Bajo el sello del copista Clemente Garcidueñas, está fechado en San Felipe el13 de junio de 1905. Al final del manuscrito aparece una nota a lápiz, probablemente de Lanuza, adjudicándole la autoría a Fr. Baltazar de Arizmendi, confesor del Intendente Juan Antonio de Riaño.


Fuente:

Boletín del Archivo del Gobierno del Estado. No. 14, Nueva Época. Enero Marzo 1998. pp. 53-57. Documento paleografiado por don Isauro Rionda.




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