Calleja sabía que si ejecutaba a Morelos en la ciudad de México, mucha gente se levantaría, no quiso arriesgar nada y ordenó que fuera trasladado a la Casa Real del Desagüe, conocida también como Casa de los Virreyes, en el pueblo de Ecatepec, distante unas diez leguas. De ese modo él y su ejército tendría más control al estar prácticamente aislados.
"Dos fueron en realidad los juicios contra Morelos: el eclesiástico y el civil. De entrada hay que decir que el bando virreinal ordenaba que los clérigos aprehendidos con armas in fraganti podían ser ejecutados de inmediato, sin juicio de por medio; pero a los jerarcas eclesiásticos y al virrey Calleja les convenía un juicio a Morelos para hacer propaganda antiinsurgente. Así que, una vez apresado en Tezmalaca, Puebla, el 7 de noviembre, y trasladado a Cuernavaca, donde estuvo preso el sábado 11 y domingo 12 del mismo mes, llegó a la Ciudad de México el lunes 13. Del martes 14 al jueves 23 fueron diez días de acoso psicológico, acusaciones de blasfemias y torturas física, las que concluyeron cuatro días después (lunes 27 de noviembre) con la “degradación pública”, es decir, despojado de su calidad de sacerdote, raspada la piel de las palmas de las manos para quitarle la unción de impartir sacramentos. Todo ello vestido con una sotana amarilla de menor talla que le daba a las rodillas, siempre encadenado. La tarde del 27 de noviembre, en la Capilla del Santo Oficio, donde después sería la Escuela de Medicina, Morelos fue conducido a degradación pública, oficiada por el Inquisidor General, Antonio Bergoza".
"La madrugada del jueves 21 de diciembre, Calleja dictó la sentencia de muerte para Morelos, y el coronel De la Concha, su captor, fue el encargado de ir a la prisión y leerla al condenado, quien la escuchó de rodillas. Dieciocho años antes, en esa misma fecha y de rodillas, José María Teclo Morelos, había recibido la unción sacerdotal."
"El viernes 22 de diciembre, al amanecer despertó en su celda, desayunó pan con café y enseguida fue encadenado de manos y pies, subió a una carroza custodiada por 50 soldados y marchó a Ecatepec, donde se realizaría la ejecución, por orden de Calleja, ya que temía un motín para rescatarlo. Al pasar por la Basílica de Guadalupe intentó hincarse, pero el peso de las cadenas se lo impidió. Llegó a Ecatepec a la una de la tarde. El sacerdote Miguel Salazar fue comisionado por Manuel de la Concha para asistir a Morelos y preparar su sepultura. Después de comer, el cura insurgente conversó un poco con Salazar y De la Concha, y posteriormente se confesó. Antes de pasar al paredón, rezó el Salmo 51. Luego tocaron los tambores, el condenado abrazó a Concha, se vendó los ojos, tomó un crucifijo y exclamó: “Señor, si he obrado bien, tú lo sabes, pero si he obrado mal, yo me acojo a tu infinita misericordia”. Enseguida se arrodilló con la espalda al pelotón. A la voz de “¡fuego!” sonaron dos descargas. A las cuatro de la tarde ese 22 de diciembre de 1815, José María Morelos y Pavón había muerto". (Texto tomado del Diario de Morelos.)
Las fotografías que vemos las tomé en el Museo Casa de Morelos, en Ecatepec, Estado de México. Lo que allí se exhibe son algunos de los objetos utilizados en las últimas horas de la vida del llamado Siervo de la Nación.
LA MUERTE DEL GRAN MORELOS
ResponderEliminar“Si yo tuviera un Morelos, conquistaría hasta los cielos.”
En mil ochocientos quince,
la patria sufrió un esguince,
día veintidós de diciembre,
en la memoria se siembre.
La muerte del gran Morelos
que, entregado a sus anhelos,
nos brindó su corazón,
cual “Siervo de la Nación”.
Primero, lo excomulgaron,
“de su Dios lo despojaron”,
la cruel, “Santa Inquisición”,
dejó “torcido un renglón”.
Lo que tanto se temía,
se le acusó de herejía,
en público, degradado,
se sintió muy desgraciado.
Mas, fue fiel a sus valores,
rindámosle mil honores,
después de un juicio sumario,
enemigo, victimario.
Calleja, dictó sentencia,
con maldad e irreverencia,
Salazar, el confesor,
De la Concha, ejecutor.
Redoblar de los tambores,
en Ecatepec, temblores,
vendados fueron sus ojos,
lágrimas, mustios abrojos.
Lo inmolaron a mansalva,
hincado, dando la espalda,
al pelotón de soldados,
con fusiles, pertrechados.
Fieras descargas sonaron,
de balas lo saturaron,
metralla tronó horrorosa,
cara en tierra pedregosa.
Se hizo presente la muerte
dejando, aquel cuerpo inerte,
al crucifijo, aferrado,
teñido, rojo sangrado.
Triste quedó el paredón,
¿cuándo llegará el perdón?,
¡qué lamento, qué tragedia,
almas llenas de miseria!
La Nación, en la penumbra,
sus sentimientos, no alumbran,
martirio del insurgente,
cimbró todo el Continente.
Lo digo, sin ser insano,
¿tal calvario ha sido en vano?,
¿dónde quedaron los planes
de Morelos, sus afanes?
¿Campañas, logros, victorias,
ideales, credos, glorias?,
doscientos años de ausencia,
¿qué fue de la independencia?
Autor: Lic. Gonzalo Ramos Aranda
México, D. F., a 22 de diciembre del 2015
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