domingo, 1 de abril de 2018

5 de febrero de 1812 en la Ciudad de México: la entrada de Calleja

   En este Bicentenario, del cual aun nos quedan cuatro años por conmemorar, han habido muchas fechas que pasaron desapercibidas o no fueron del todo difundidos sus recordatorios. Encuentro un dato más bien curioso, que escribe Lucas Alamán en su Historia de Méjico [con j], que relata la entrada triunfal que hace a la ciudad de México luego de la victoria obtenida en Zitácuaro días atrás. 

  "La batalla de Zitácuaro se libró el 2 de enero de 1812, en Zitácuaro, Michoacán. Las tropas realistas eran dirigidas por Félix María Calleja y el ejército insurgente por Ignacio López Rayón. El virrey Francisco Xavier Venegas ordenó la toma de Zitácuaro pues ahí se situaba la Suprema Junta Nacional Gubernativa, órgano director de la insurgencia. Durante la batalla, Ramón López Rayón perdió un ojo. Tras varias horas de combate, finalmente la ciudad cayó en manos de los realistas, poniendo en fuga a la Suprema Junta Nacional Gubernativa hacia Tlalchapa y Sultepec." (Wikipedia)

Puestos en contexto, veamos lo que escribe Alamán:

  Marchaba al frente Calleja con su estado mayor y una lúcida escolta, seguían por su orden los cuerpos, formando la cabeza de la columna los granaderos, en cuya primera fila se hacía notar D. Domingo Mioño, español, natural de Galicia, y avecindado en Colima, donde había gozado de comodidades, quien para dar ejemplo a sus paisanos de la decisión con que debían obrar en su propia defensa, servía como soldado, y nunca quiso ser más que el primer granadero de la Columna, como Latour d'Auvergne lo había sido en Francia de la república. Méjico presenciaba por la primera vez un espectáculo militar imponente; el concurso era inmenso y la gente veía con admiración aquellos soldados cuyas proezas había leído, y en especial aquellos cuerpos levantados por Calleja en S. Luis, que habían hecho de una manera tan bizarra la campaña, y a cuya aproximación había debido la capital un año antes, no haber sido devastada por la muchedumbre que Hidalgo condujo hasta las Cruces, estimulada por el deseo del pillaje y la desolación.

  Un accidente inopinado turbó la solemnidad de la entrada. Al pasar el general Calleja delante de la última casa de la primera calle de Plateros, junto al portal de Mercaderes, con los vivas y aplausos del pueblo, se alborotó el caballo que montaba el mariscal de campo D. Judas Tadeo Tornos, director de artillería, que iba al lado de Calleja, y parándose de manos dio con ellas en la cabeza de este, tirándole el sombrero y haciéndole caer en tierra, cuyo golpe fue bastante fuerte para que fuese menester llevarlo cargad o a la casa del platero Rodallega y ponerlo en cama por algún rato, hasta que un tanto repuesto, pudo ir en coche a presentarse al virrey a palacio. Los que se habían burlado del prodigio de las palmas de Zitácuaro, tuvieron ahora ocasión de contraponer agüero a agüero, teniendo por mal anuncio el que Calleja en medio de su triunfo, cayese con el mariscal Tornos, que también fue derribado del caballo, a los pies del altar de un santo mejicano, en el día de la fiesta de este y en la misma calle en donde este había ejercido el oficio de platero.

  El ejército desfiló delante del palacio, saludándole y aplaudiéndolo el virrey, que salió a los balcones para verlo pasar. Su fuerza en este día era de 2.150 infantes y 1.852 caballos, que daban el total de 5.982 hombres, número que parecer a muy corto, atendiendo a las grandes victorias que obtuvo sobre reuniones de gente, aunque indisciplinada, incomparablemente más numerosas; pero entonces se hacía mucho con poco, mientras que después la impericia de los que han mandado ha sido causa de que nada se haya hecho con mucho. Acompañaban al ejército mil quinientas cargas de víveres, cantidad de parque y la artillería tomada en Zitácuaro, todo lo cual hizo que tardase en entrar desde las doce y media hasta las cuatro de la tarde. Seguíanle porción de mujeres y estas llevaban consigo los despojos del saqueo de aquella villa. La plana mayor se presentó en seguida á cumplimentar al virrey, quien con ella y los empleados superiores y otros individuos que acostumbraban asistir a su corte, se trasladó a la catedral magníficamente iluminada. Recibiólo el cabildo eclesiástico y se cantó un solemne "Te Deum, "para dar gracias a Dios por las victorias obtenidas por aquel ejército.

  La tropa se alojó en los conventos, habiendo estado la víspera el virrey mismo en el de S. Agustín, destinado a la columna de granaderos, para cuidar de que se dispusiese aquel cuartel con toda comodidad. Calleja se hospedó en la casa del conde de Casa Rul, en la que fueron continuos los convites y obsequios, concurriendo a la mesa  los jefes del ejército y todas las personas distinguidas de la ciudad, y en ella se ensalzaron en los brindis en prosa y verso las victorias del ejército y las hazañas del general, cuyo mérito se calificó superior al de Fabio Máximo y otros capitanes de la antigüedad. Se hicieron en el teatro funciones en obsequio del ejército y su jefe, y cuando este se presentó en él, fueron grandes los aplausos y los vivas.

  Venegas concurrió la primera noche, y viendo que hacia un papel secundario y desairado, no volvió las siguientes. Debió desde entonces ver en Calleja un rival, y persuadirse que el favor popular estaba enteramente de parte de este. En obsequio del ejército, los panaderos que casi todos eran españoles, a quienes se pidieron a prorrata las raciones de pan necesarias, no quisieron cobrar cosa alguna en los días 5 y 6 de Febrero.

  La llegada del ejército a la capital venció la repugnancia del virrey para conceder premios á sus individuos. Calleja había instado repetidas veces, como en otros lugares hemos visto, y en especial después de la batalla de Calderón, sobre la "necesidad que en su concepto había, para reanimar el valor y entusiasmo del ejército, de conceder a la tropa y oficiales algún premio ó distinción, que les hiciese olvidar los riesgos a que se exponían, y apreciar su suerte", contrariando además la idea que los sediciosos esparcían, de que servían a un gobierno que ni estimaba ni recompensaba sus servicios.

  Irónico es imaginar que mientras en la casa del Conde Casa Rul se daban grandes fiestas, él permanecía al frente, en marzo, un mes luego de la entrada de Calleja a la ciudad de México, moría en el sitio de Cuautla.

Fuente

Alamán, Lucas. Historia de Méjico. Tomo II, Imprenta de J.M. Lara, México, 1850, pp. 474-479

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