domingo, 19 de diciembre de 2010

Juan Aldama, hermano de Ignacio y tío de Mariano y Antonio

Este militar tomó parte en la revolución de Dolores, fue amigo y compañero de Allende, y por él y por sus ideas políticas, se afilió entre los conspiradores de Querétaro. Nació en San Miguel el Grande por los años de 1769 a 1772, y pertenecía a una familia acomodada de la localidad, emparentada con otras de Querétaro y Guanajuato; se dedicó a la carrera de las armas y llegó a capitán del Regimiento de la Reina, donde lo encontraron los sucesos de 1809; tomó parte en la conspiración de Valladolid y luego en la de Querétaro, a donde concurría con frecuencia y pasaba en la casa de su hermano político, don José Ignacio Villaseñor y Cervantes, Regidor perpetuo, que era uno de los comprometidos. Estaba, como los demás, en el secreto de que la revolución debía estallar el 1 de octubre de 1810, y en enre tanto que llegaba esa fecha, procuraba reclutar gente para la revolución.

Una ya añeja vista de San Miguel el Grande, ahora de Allende, fotografía de don Alfonso Sereno.

Se encontraba en San Miguel, lugar de la residencia del Escuadrón que mandaba, cuando recibió en la mañana del día 15 el aviso que la corregidora enviaba con el alcaide Igancio Pérez, de que la conspiración estaba descubierta; comprendiendo Aldama la gravedad de la noticia, y no teniendo con quien consultar, pues Allende no estaba en la población, se dirigió a Dolores, a donde llegó ya entrada la noche, inmediatamente habló con aquél y luego fue introducido a la recámara, donde ya estaba recogido el Párroco; enterado éste de lo ocurrido en Querétaro, comenzó a vestirse profiriendo la célebre frase: "Somos perdidos, señores, aquí n hay más recursos que ir a coger gachupines". Aldama pretendió hacer algunas observaciones a Hidalgo para conseguir que desistiese de la tan extrema resolución, pero ni tuvo tiempo de hacerlas, pues aquél llamó mandar a su hermano de padre, don Mariano; a don José Santos Villa y a los serenos, y salió con rumbo a la cárcel para poner en libertad a los presos. La revolución había comenzado.

Aldama, en unión de Allende prendió a los españoles Rincón y Cortina; y horas después salió para San Miguel con el puñado de hombres que se había reunido; allí recibió el encargo de cuidar de la seguridad de los españoles presos, a cuyo objeto destinó parte del Regimiento de la Reina, del que era capitán; y que se reunió en la villa a los sublevados. En Celaya manifestó francamente a Hidalgo el disgusto que le causaba el sistema que empezaba a observarse, de entregar al saqueo ls casas de los españoles, a lo que el cura contestó que el no sabía otro modo de hacerse de partidarios, y que si Aldama lo tenía, se lo propusiese. Desde entonces quedó disgustado, pero ya era tarde para retrarse de la revolución, y su cabeza, así como la de sus compañeros había sido puesta a precio.

Casa de la familia Aldama en San Miguel el Grande.

Con el grado de mariscal que se le dio en la promoción de Celaya, siguió en el ejército, pero poco es lo que se sabe que hizo; en Guanajuato no mandó el ataque de Granaditas, y días después, el 3 de octubre, salió por el camino de la sierra, en obsrvación de los movimientos de Calleja; recorrió buen trecho de la provincia, llegó a San Felipe, y cuando se convenció de que este general aun no movía su ejército, regresó a San Miguel, engrosó sus ferzas y siguió el camino de Celaya y Acámbaro, yendo a reunirse con el ejército en Indaparapeo; en su tránsito recibió en calidad de prisioneros a los coroneles García Conde y Rúl, y al intendente Merino, que iban comisionados por el virrey Venegas a poner Valladolid en estado de defensa; los retuvo a su lado hasta la llegada a esa población, y evitó que se les diese mal trato. Aldama, que entró con el grueso del ejército el 17 de octubre, no tomó parte en ninguna de las disposiciones dadas para la aprehensión de los europeos y confiscación de sus bienes.

Una escena del que fuera el típico y apacible pueblo de San Miguel de Allende...

En Acámbaro recibió el empleo de Teniente general, que le fue discernido en la promoción habida allí, y con tal carácter asistió a la Batalla de las Cruces donde tuvo a sus órdenes todas las fuerzas que desde San Miguel le obedecían; fue uno de los que más disgustos manifestaron por la retirada de México, y en Aculco se vio obligado a abandonar su familia, que se le había reunido y que ningún insulto sufrió, gracias a que el coronel García Conde supo corresponder al buen trato que había recibido de Aldama. Este acompañó a Allende a Guanajuato donde se ignora lo que hiciera por defender la ciudad, y a Guadalajara, donde se ocupó de reunir elementos; parece que en el Puente de Calderón tuvo el mando de una de las alas del ejército independiente y se retiró cuando vio la batalla perdida. Reunido a Allende, Arias y Jiménez, acordaron los cuatro quitar el mando a Hidalgo, como lo verificaron en la Hacienda del Pabellón, y en Zacatecas, viendo que era indefendible la ciudad, resolvieron dirigirse al Saltillo, de donde continuaron para los Estados Unidos.

Inconfundible, la Parroquia de San Miguel, en San Miguel el Grande.

Aldama, que era el de más edad y más sensato entre los caudillos militares insurgentes, consideró que su causa estaba perdida y, en consecuencia, fue de los que más calurosamente apoyaron el proyecto de emigración, y consiguió que su hermano, el licenciado don Ignacio fuese nombrado Plenipotenciario en aquella nación y que se adelantase al ejército; al mismo tiempo hizo que Jiménez preparase alojamientos y subsistencias en todo el camino, y dio muestras de gran actividad. Nunca creyó, como tampoco lo creyeron los demás jefes, que la traición los asechace en su ruta y contaba llegar a la frontera sin novedad siendo difícil decir lo que hubiera sucedido después, pues es probable que el gobierno de Filadelfia se desentendiese de sus demandas de auxilio y que cuando mucho, nada más le permitiese hacerse de armas y municiones, vendiéndoselas muy caras.

Aldama, como todos sus compañeros, cayó preso en Acatita de Baján y fue llevado a Chihuahua, donde rápidamente se le formó causa; aunque no se le podía probar que se había portado cruelmente, bastaba el hecho de que siendo militar se había sublevado para que se le condenase a muerte; además, su cabeza estaba pregonada y valía diez mil pesos. Condenándolo a la última pena no pudo ni escribir a su familia, y recibió la muerte en unión de Allende, Jiménez y Santa María, el 26 de junio de 1811. Su cabeza fue una de las destinadas a un ángulo de Granaditas.

Fuentes:

Villaseñor y Villaseñor, Alejandro. Biografías de los héroes y caudillos de la Independencia. Editorial Jus, México, 1962.

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