Amadísimos conciudadanos:
Como amante siempre de mi caro suelo, e interesado con ardor por su justa y santa independencia, que he de sostener hasta derramar mi sangre, a pesar de los émulos viles enmascarados por anónimos indecentes, insultan quizá a los que desde un principio, han trabajado con entusiasmo, hasta exponerse a ser víctimas; permitidme en desahogo de mis sentimientos, que os presente estas tristes y amargas reflexiones.
Hoy se van a mostrar las venerables cenizas de los héroes inmortales del primer grito de nuestra libertad; para que con la solemnidad correspondiente honre todo noble y agradecido americano, la sensible y patética memoria de los primeros mártires de la Patria, acompañándolas con decoro, hasta Santo Domingo, y de aquí mañana con la misma pompa funeral a la Santa Iglesia Catedral, donde se han de celebrar sus gloriosas exequias; para colocar después tan preciosos restos, en el magnífico túmulo que allí se va a levantar conforme al decreto del Soberano Congreso.
Sí, mexicanos: este digno tributo de nuestra eterna gratitud nos debe excitar a un llanto justo, dulce, tierno y placentero, al paso que nos debe avergonzar y confundir de horror, de pena y de la más degradante ignominia al considerar que una tormenta horrible, llena de luto y de sangre, nos amenaza orgullosamente, protegida de nuestros enemigos y de nuestra apática y criminal desidia, que sin carácter, sin astucia ni reflexión patriótica, nos precipitará con bajeza, a nuestra triste e irremediable ruina. Mas dejando este punto, para cuando la intriga se le caiga la máscara, que trasluce el celo de la libertad con doloroso gemido; critiquemos con el amor que exige nuestro país, ese entusiasmo hacia las cenizas de nuestros héroes, y lo hallaremos escandaloso, reprensible y poco digno a nuestro eterno reconocimiento. ¡Ah que sensible es ver aniveladas las cenizas de nuestros libertadores, con las horrorosas, terribles y afrentosas de nuestra esclavitud!...
Y entre tanto, compatriotas, pidamos una y mil veces al Soberano Congreso, que se trasladen al camposanto de San Lázaro u otra parte, las cenizas de nuestro cruel primer opresor, que estaban en Jesús, pues no le hacen honor a la Patria en aquel templo; y que la estatua de Carlos 4° se funda, haciendo de su metal moneda, que tanto necesita la nación. No nos alucinemos con su mérito; soy amante a las artes liberales y tengo estudio en algunas. La natural habilidad de los hijos del reino (que testimonia la misma estatua) protegida por el gobierno, podrá cuando haya abundancia de dinero, construir otro monumento igual o mejor, dedicado a los muchos héroes, dignos de inmortalizar sus excelsos nombres.
Fuente:
Bustamante, Carlos María. Diario histórico de México. Primera edición arreglada por Elías Amador. Tip. de la Escuela de Artes y Oficios de la Penitenciaría, a cargo de J. Ortega. Zacatecas, 1896.
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