Real de Catorce llegó a ser el punto más importante de la zona norte del actual San Luis Potosí, esto debido a que las riquezas que guardaba en el subsuelo eran enormes, hasta allá llegó un español que, dadas las relaciones que entre todos los peninsulares había se desplazaban de un punto a otro de la Nueva España para trabajar directamente en la mina o la hacienda o para hacerse cargo de alguno de los negocios que el acaudalado poseía, tal es el caso de Juan Villarguide. De él Lucas Alamán, del cual sabemos muy bien que nunca le fue grata la imagen de Hidalgo, pero en esta ocasión, quizá tenga algo de cierto, menciona que "Esta marcha fue sangrienta. Aunque a Hidalgo no le quedase más que la apariencia del pode, hacía uso de ella para la destrucción de los desgraciados españoles que habían quedado en los pueblos de su tránsito. anticipaba las órdenes para que se recogiesen todos, tuviesen o no indulto, y a su llegada eran degollados. El intendente de San Luis, Flores, trató de recogerlos y llevarlos a San Luis, a pretexto de asegurarlos, pero en realidad para preservarlos así de la muerte cierta de que estaban amenazados, y como hemos visto, comisionó a un coronel que fuese a conducirlos a lo que debieron por entonces su vida los vecinos de Catorce que acompañaban a Villarguide, pero no todos tuvieron igual fortuna". (1)
Mariano Jiménez se mostró siempre accesible y pensante, no visceral, él en su avanzada al norte trató con justicia a los que hacía prisioneros, es por eso que Flores, el intendente de San Luis Potosí permitió la agrupación de españoles en el Saltillo, algunos se acogieron al indulto, otros decidieron huir, saliendo por las costas del golf, el personaje que hoy nos ocupa enfiló al Cedral para luego continuar al Saltillo, encontramos que Juan E. Hernández en su Colección incluye la carta en donde Villarguide relata lo que el experimentó en carne propia:
"El día seis de enero de 1811 se presentó en el campo de Agua Nueva (actual Coahuila) el cabecilla Jiménez con 11 000 Insurgentes que ciertamente hubieran sido arrollados por nuestras tropas, (se refiere a los realistas), a no estar ellas seducidas y comprometidas y corrompidas por el enemigo; de manera que sin obedecer las voces de su comandante se pasaron todas con armas, caballos y cuanto tenía el rey, al partido de los Insurgentes. El infeliz Cordero tuvo que correr muchas leguas con el objeto de salvar su persona; más sus amigos dragones lo alcanzaron y entregaron vilmente al enemigo, este entró sin oposición hasta el Nuevo Santander, dejando en su tránsito asolados con sus robos y barbarie, todos los pueblos que habían saldo a recibirle con el palio.
"El día 13 de enero comenzaron todas nuestras desgracias. A las dos de la tarde legamos a un rancho distante dos leguas del Cedral. Nuestras bestias venían muy sedientas y fatigadas, y fue necesario despacharlas con los mozos a un aguaje que había a cosa de media legua. Nosotros entre tanto descansamos; pero viendo que pasaba mucho tiempo y que los mozos no volvían, empezamos a recelar que los habrían sorprendido con todos nuestro avío en el aguaje. En efecto así había sucedido, y en menos de un cuarto de hora nos vimos cercados por más de seiscientos hombres, bien armados, de a caballo y de a pie.
"Mientras unos fueron a robar nuestras cargas, sin dejarnos ropa, alhajas, armas, ni nada de cuanto traíamos, otros inhumanos nos conducían a pie en triunfo para el Cedral. Nos llevaban fuertemente amarrados, cubiertos de sangre y polvo, y casi agonizando de dolor. No cesaban de darnos golpes y de decirnos las palabras más obscenas y denigrativas: "mueran, mueran estos perros gachupines herejes, y viva la América". Así nos metieron al Cedral; se agolpó oda la plebe al vernos y llenarnos de maldiciones, y hasta las mujeres y muchachos pedían sin cesar nuestras cabezas. Creció la gritería y los insultos, y nuestros conductores tuvieron harto que hacer para librarnos y contener el furor de aquellos caribes.
Curioso ver la inclusión de la definición de "caribes" a esos desalmados, según lo anota Villarguide, el cual, junto a tres personajes más: Jacobo María Santos; Manuel Abreu y un tal Pico; todos vecinos del Catorce, y conducidos a Matehuala. "Así pasamos un mes, en cuyo tiempo nos condujeron a Matehuala, en medio de una chusma de indios flecheros. Allí tuvimos también mil sustos y aflicciones, porque en todas partes nos trataban con un lidio implacable... A los dos días (luego de un mes de estancia en Matehuala) recibimos la terrible noticia de que el infame Hidalgo venía a Matehuala, desesperado y furioso por la batalla que tan completamente habían perdido en el puente de Calderón, en donde fue de los primeros que huyeron. Esta noticia nos llenó de pavor, y más cuando dentro de tres días debían llegar a Matehuala los aposentadores de su alteza serenísima, y entonces era inevitable que nos cortaran las cabezas con una sierra, como lo hicieron allí y en el Cedral con los infelices que cogieron a las manos.
El intendente de San Luis deseando librarnos del riesgo que nos comenzaba, así que supo los estragos que el cura venía haciendo en su huida, comisionó a un Coronel insurgente, dándole su coche, treinta mulas de tiro y más de quinientos pesos para que trajera a San Luis los europeos que hubiese en Catorce, Cedral y Matehuala, con el pretexto de tenerlos más seguros en la ciudad... Nos sacó de Matehuala un día antes de que entrasen los aposentadores del cura. Caminamos dos días escoltados por indios flecheros, y con muchísimo temor porque teníamos que pasar muy inmediatos a las gentes de Hidalgo. El tercer día nos creímos ya fuera del peligro y llenos de gusto y esperanza llegamos temprano a una legua de San Luis; pero he aquí que recibimos el aviso de que el sanguinario angloamericano había entrado aquella mañana con bastante gente en la ciudad.
La presencia del angloamericano les hizo retomar camino rumbo a la hacienda de Poetillos, siendo allí aprehendidos y trasladados a San Luis en calidad de rehenes por los Insurgentes era un 19 de febrero, Hidalgo estaba ya en Matehuala, Villarguide y los demás en una cárcel instalada en el convento Franciscano. "Eran las tres y media de la tarde y aun no nos habíamos desayunado. Vemos entrar al angloamericano en nuestro calabozo; mis compañeros se echaron a sus pies implorando su piedad. Ustedes son felices, nos dijo, miren el reloj, son las tres y media, a las cuatro debían ustedes salir para el suplicio... ustedes son los primeros que se escapan de este sable, con él degollé yo mismo más de doscientos en Granaditas, y más de mil en Guadalajara... de buena escaparon ustedes hoy".
Los prisioneros fueron conducidos hacia Río Verde en donde permanecieron por algún tiempo, era ya el mes de marzo, el día 20 se encontraban en el valle del Maíz. En la distancia, al día siguiente, Miguel Hidalgo junto a los demás Insurgentes eran aprehendidos por la traición de Elizondo, mientras que, para el día 22 Villarguide viviría el peor de sus días...
"Serían las nueve de la mañana cuando oímos el primer cañonazo y contamos hasta catorce; a este tiempo se abría la puerta de la cárcel y entraron de golpe sobre nosotros los treinta lanceros de nuestra guardia, nos amarraron fuertemente los brazos atrás, y nos despojaron de la mayor parte de la ropa que teníamos puesta. Presentose en seguida el malvado capitán y nos intimó que acababa de recibir orden de sus generales para pasarnos a cuchillo en aquel mismo instante". Once fueron los muertos, de ellos hay evidencia de tres nombres más: un Verdeja, un Molleda y un tal Inguanzo. Todos pasado a cuchillo.
"Yo estaba bañado en mi sangre y me sentía herido mortalmente; pero Dios por sus altos juicios conservaba mi vida. Más de un cuarto de hora estuve tendido desangrándome y encomendando mi alma a su Criador. Abro mis ojos y veo que todos mis asesinos habían huido así que consumaron el sacrificio. Procuro incorporarme con muchísimo trabajo, di dos o tres pasos, pero se puso una espesa nueve delante de mis ojos, me abandonaron las fuerzas y caí sobre los cadáveres de mis compañeros.
Calleja había entrado y dominado, razón de la huida de los Insurgentes. "Poco después llegó el cirujano del ejército don Mariano Güemes; fue necesario cortar con tijeras toda mi ropa porque estaba empapada en sangre y pegada al cuerpo. Reconoció mis heridas y contó veintidós, siendo tres de ellas mortales de necesidad. Les aplicó bálsamos y me vendó perfectamente; intentó darme unas cucharadas de vino generoso y todo se salió por la terrible herida del cuello . El cirujano y todos estaban persuadidos a que yo moría antes del amanecer. Una herida mortal que tenía sobre el corazón me causaba agudísimos dolores; se apoderó de mi una violenta calentura y pasé toda la noche en profundo delirio... por haberme quedado casi sin sangre era tal mi debilidad que me daba treinta gotas de opio, y no fue posible dormir una hora en más de veinte días...
Juan Villarguide recibe ayuda de Rita y Dolores Barragán, es conducido a la ciudad de San Luis en donde se recuperó, fue apoyado por don Vicente Pastor, así como por el regidor y alférez real don Manuel de la Gándara. Con este testimonio podemos ver los excesos a que se llegaron durante el inicio del movimiento de insurrección en México... al parecer, la historia de nuestra nación nunca la acabaremos de entender.
Agradezco profundamente la asistencia del licenciado Rafael Reyes, cronista vitalicio del municipio de Moctezuma, San Luis Potosí, por haberme apuntado hacia tan valioso documento.
Fuentes:
1.- Alamán, Lucas. Historia de Méjico. Capitulo VII, segunda parte. Biblioteca Antorcha Digital.
2.- Hernández y Dávalos, Juan E. Colección de documentos para la historia de la Guerra de Independencia de México de 1808 a 1821. Tomo II. Documento número 274. UNAM, México, 2007