sábado, 2 de octubre de 2010

Jamay, Jalisco. Cabeza número 125

Pocos kilómetros más al poniente de La Barca se localiza Jamay, en la actualidad es la cabecera del municipio que lleva el mismo nombre. Llegar allí es sorprendente, por un lado el clima, ligeramente húmedo, por lo tanto la exhuberancia del paisaje pues se localiza a un lado del lago de Chapala y por el otro llegar a la plaza principal y ver el monumento, no la Cabeza de Águila, que es nuestro objetivo, sino el que se le levantó al Papa Pío Nono en 1879.


La Cabeza de Águila se localiza en uno de los ángulos de la ecléctica plaza, la califico así por esa combinación de estilos que se pueden ver en pocos metros cuadrados, un rebuscadísimo monumento del más puro rococó, un kiosco tirándole al minimalismo, la Cabeza que es de un fuerte acento republicano y al fondo las ruinas del templo que aquí se levantó en el siglo XVIII, todo esto circundado por los cuatro bustos de los principales héroes de los distintos pasajes históricos, Independencia, Reforma, Revolución…


Pero si de pasajes históricos se trata y de participación del clero en la lucha armada, que mejor que aquí en Jamay, con el marco de este imponente monumento a un Papa veamos los nombres de los muchos sacerdotes que participaron activamente en el movimiento armado: “Después de muchos dimes y diretes y algunos jaloneos entre gachupines y criollos, aquéllos se quedaban con la torta, lo que condujo a una insurrección muy sangrienta conducida por los señores curas y, en menor escala, por los abogados y militares”.


“Los relatos históricos en boga suelen olvidar las insurrecciones de Juan Bustamante, cura de Tianguistengo, José Pablo Calvillo, cura de Huajúcar. Hipólito, cura de Coalcomán, y Marcos Castellanos, cura de La Palma, el que puso en pie de lucha a mis antepasados en el occidente de Michoacán. También suelen olvidarse de otros jefes rebeldes de sotana como José María Cos, cura de San Martín Texmelucan, Sabino Crespo, cura de Río Hondo, Manuel Correa, cura de \opala, el padre Chinguirito, cura de no sé dónde. José María Fernández del Campo, cura de Huatusco, Mariano de Fuentes, cura de Maltrata. José García Carrasquedo, cura de Undameo ycanónigo de Valladolid, Remigio González, cura de San Miguel el Grande, Joaquín Gutiérrez, cura de Huayacocotla, Manuel de Herrero, cura de Huamostitlán, Santiago Herrera, cura de Uruapan, Antonio Labarrieta, cura de Guanajuato, Antonio Marías, cura de La Piedad, Francisco Severo Maldonado, cura de Mascota, José Martínez, cura de Actopan, Mariano Matamoros, cura de Songolica.


Se recuerda mucho y con cariño a José María Morelos y Pavón, cura de Carácuaro y Nocupétaro, valiente entre los valientes. Siguen en la sombra el padre Chocolate, Manuel

Muñoz, Nicolás de Nava, domiciliario de la diócesis de Guadalajara, el mercedario Luciano Navarrete, José de Ocio, cura de Sahuayo, José Manuel Ordoño. Cura de San Mateo de Pinas, José Mariano Ortega, cura de San Andrés Huitlapan, Antonio Pérez Alamillo, cura de Otumba, Antonio Joaquín Pérez Martínez, catedrático de teología en la ciudad de Puebla, José María Sánchez de la Vega, cura de Tlacotepec. el sabelotodo de Manuel Sánchez de Tagle, José María Semper, cura del mineral de Catorce, José Rafael Tárelo, cura de San Salvador, el mal afamado cura José Antonio Torres, José Antonio Valdivieso, cura de Ocuituco y, para terminar, Lorenzo Velasco de la Vara”. (1)


Fuente:

González y González Luis. Artículo publicado en la Revista Nexos: El incendio de los curas. 1 de Septiembre, 2002.

http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=815

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