miércoles, 6 de julio de 2011

1819, el cenotafio de María Luisa de Parma, reina de Espana, levantado en México.

Hemos llegado ya a la que sería la última función fúnebre que se le rindiera a Hidalgo y los demás caudillos del inicio de la guerra de Independencia en la Catedral de México. No sería esta su última morada pues aun dentro de la misma Catedral se darán tres reacomodos de las osamentas, cenizas o restos de todos ellos. A este punto se me antoja profundizar un poco en ese culto a los muertos y más bien, al recuerdo de ellos, pues no estamos hablando de una misa de cuerpo presente y sus consecuentes exequias. Estamos hablando de un oficio religioso al recuerdo de una persona y, en caso que nos ocupa, el de Hidalgo, de sus restos, por ende de su recuerdo. La tradición mortuoria en México es tan antigua como la propia cultura que engloba todo el concepto de mexicanidad, aunado esto a la tradición llegada del Viejo Mundo, del mundo medieval, vemos que fue semilla que floreció en nuestro país: recordar a los muertos, rendirles culto, tenerles siempre presente. Estamos viendo el dibujo elaborado en 1819 del que fuera el Cenotafio levantado a María Luisa de Parma, reina de España y las Indias, esposa de Carlos IV, en la ciudad de México.

María Luisa de Parma, cuyo retrato vemos ahora, murió el 2 de enero de 1819, a los diez y ocho días moriría su esposo Carlos IV y, como era la tradición ya establecida a lo largo de tres siglos, cuando la noticia llegaba a la Nueva España, se ordenaba a toda la población el riguroso luto, como fue el caso de la muerte de Carlos V en 1558, luto que se llevó durante seis meses. Seguramente a Carlos V y los demás Carlos, Fernandos y Felipes, así como a sus esposas, se les levantó el cenotafio correspondiente, consecuentemente a lo largo de la época novohispana, hubo una constante: la monumentalidad en el altar levantado al gobernante para honrar su memoria. A lo largo de estos tres siglos fueron diez los reyes que gobernaron a España y sus territorios de Ultramar y en México se fue creando una idea tradicional en torno a los catafalcos, las misas solemnes, el luto y todo a destiempo, siempre con la idea solo de recordar al fallecido, esto lo comprobamos con los continuos ceremoniales a lo largo del camino desde Guanajuato hasta la Catedral de México.


En el siglo XVI murieron Carlos V y su esposa, Isabel de Portugal; su sucesor Felipe II y sus cuatro esposas también, así pues a lo largo de los años 1500 fueron 7 las honras fúnebres que, seguramente, se hicieron en la Nueva España. Para el siglo XVII mueren Felipe III, Felipe IV y Carlos I, sus esposas también, hubieron 5 memoriales para ellos, lo cual nos da la idea de que la gente en México se fue acostumbrando a, al menos, una vez en la vida, asistir (obligadamente) a las misas en memoria de un gobernante fallecido hace tiempo y en un lugar distante. Es en el siglo XVIII, el los 1700 se dan 8 fallecimientos: Carlos II, Felipe V, Fernando VI y Carlos III así como sus consortes. Y ya para el siglo XIX, es en pleno movimiento de Independencia se gira la orden de levantar el cenotafio correspondiente a la reina fallecida en 1819; en la memoria de los mexicanos que pudieron ver el movimiento de insurrección y que, a la vez, fueron partícipes de los funerales a distancia de los reyes Carlos IV y María Luisa, quedaba fresca la idea de ese tipo de "pompas fúnebres" una vez consumada la Independencia.


No había mejor momento que, una vez concluido el fallido Primer Imperio, ahora que se buscaba tener ya el panteón de los héroes mexicanos, para revivir esa tradición que sin pensarlo, se había fomentado a lo largo del periodo colonial. Murió el Rey, Viva el Rey!

El dibujo que muestra el Cenotafio de Ana Luisa de Parma fue tomado del libro: México, su evolución social. Miguel Angel Porrúa Editor. México, 2005.

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