sábado, 2 de julio de 2011

Las exequias de los restos de Hidalgo en la Catedral de México. 17 de septiembre de 1823.

Nadie mejor nos pudo dejar un documento de lo que vio en en la ceremonia luctuosa de los restos de Miguel Hidalgo y los demás héroes del inicio de la Independencia que Carlos María Bustamante, en su Diario Histórico de México escribió que: "El día de hoy será celebre en nuestra historia; si yo pretendiera escribirla, pondría por epígrafe estas palabras sacadas de un soneto de la Piza: "Triunfaron y su gloria debe ser tanto más esclarecida, cuanto más difamada su memoria..."

A las seis de la mañana se cantó una misa de vigilia en Sto. Domingo. A las ocho se reunieron en el salón principal de Palacio todas las autoridades, inclusa la Diputación del Congreso, compuesta de 13 individuos. A las ocho y media salieron a pie para Sto. Domingo con batidores a caballo y tropa a retaguardia, de varios cuerpos. En Sto. Domingo fue recibido por el Poder Ejecutivo, presidido por el General Guerrero, con parte de capa pluvial, e hizo de tal para dar agua bendita el Provincial Carrasco, el mismo que jamás había querido reconocer la soberanía de la nación , y que fue uno de los flagelantes del Sr. Morelos el día del autillo Entorno (aunque turbándose) Salvum fac populum mexicanum... id -i-. De allí salió formada la procesión. Abriola un destacamento de caballería y cuatro cañones de a cuatro, tirados con prolongas. Seguían luego cofradías, comunidades religiosas con vela en mano, hermandades, clero. Después numerosa oficialidad y cuerpos militares.

El carro hecho de intento, en cuyos cuatro extremos se veían cuatro faces Romanas, símbolo del Supremo Poder de la Nación. en el centro una urna o catafalco donde se colocaron las cenizas de los héroes. Seguían después un acompañamiento muy numeroso que cerraba el Poder Ejecutivo, precediendo las corporaciones principales, inclusa la audiencia, cuyos Ministros se dejaron ver en la función pública sin toca ni golilla. Tras de el Poder Ejecutivo, venía el capitán general Morán y porción de ayudantes. La carrera, estaba con la tropa de guarnición formada; tras de dicha corporación principal marchaban los cuerpos que se iban incorporando de sus filas y engrosando la columna, dragones de caballería (hoy granaderos de a caballo), riquísimamente vestidos y formados. La compañía de albarderos formó en alas, junto al Poder Ejecutivo.

Calles, balcones, azoteas de la carrera, todo estaba cubierto de gente, y parece que toda ella se propuso solemnizar a su modo y con el posible decoro, esta función; ni se veía una tienda abierta, ni un coche que impidiese el paso, ni se oía una voz que alterase el orden majestuoso de la procesión. las calles y balcones principales, estaban colgados de cortinas blancas y lazos negros. El carro marchaba tirado de gentiles que se honraban con prestar este servicio. No vi un aspecto risueño, una doble melancolía estaba retratada en todos los semblantes, desprendíanse lágrimas de los ojos de muchos, y todos quisieran en aquel momento, tener la virtud prodigiosa del ángel de la resurrección, que en el último día de los tiempos reanimara aquellos cadáveres. Hacíanse votos por el descanso de sus almas y al mismo tiempo se imploraba la justicia del cielo, para que vengase aquellos asesinatos. Así lo entendieron sin duda los europeos, pues no se presentaron a esta función, y tal vez por ella harían otra más lúgubre entre sí, pues una presentación tan solemne, bien indicaba aun al menos advertido, que un pueblo que llora de este modo la pérdida de sus caudillos, no tornará a sufrir un yugo opresor.

Cerca de las doce llegó la procesión a la Catedral ¿más cuanta fue nuestra sorpresa al ver la milicia cívica formada en compañías en el cementerio! Jóvenes eran sus comandantes, bizarros garzones sus soldados, y niños hermosos, los pitos y tambores de aquel lucidísimo cuerpo. Yo vi un niño, que vive Dios, que la madre de las gracias no acarició en su seno, otro más hermoso!... este tocaba un tambor, otros más chicos tocaban con destreza los pitos!... oh bellas criaturas (...) vi el aspecto lloroso del General Guerrero... no me cogió de nuevas porque ya lo había visto llorar desde que comenzó la función en Sto. Domingo, pero en esta vez se aumentó mi pena (...) La vigilia comenzó a las once y media, la música no podía igualarse en dulzura y dignidad. Dadas las doce comenzó la misa que cantó el Canónigo Labasta; siguió luego el sermón que predicó el Dr. Algandar, Diputado por Valladolid, y duró hora y nueve minutos; nada puedo decir del mérito de esta pieza oratoria, por que colocado detrás de la pira, en ella quebraba la voz; supongo que lo haría muy bien porque está en posesión de hacerlo, y con entusiasmo, porque amó mucho a Morelos (...) Concluido el sermón , el orador tuvo muchísimo trabajo en llegar a la sacristía, porque se vio rodeado de multitud de gentes que lo celebraban, llorando con él, le besaban la mano, le daban las galas y cada uno expresaba su afecto como podía (...)

Siguió el responso que fue solemne, y después la procesión de los huesos hasta la capilla de San Felipe de Jesús, el mexicano, donde quedaron depositados. En este acto que parecía ser el último adiós que se daban a aquellas prendas de nuestro cariño, las campanas apuraron sus redobles, que penetraban hasta lo más hondo del corazón, la artillería y salvas de la tropa, retumbában las bóvedas y vidrieras del templo: el espectador recordaba involuntariamente y a un mismo tiempo, el término que le esperaba, la suerte de aquellos hombres, los trabajos padecidos en la ejecución de aquella empresa, la suerte de la nación terminando... ¡ay! siento decirlo que se inutilicen tan grandes sacrificios pro la desunión de opiniones en momentos en que todos deberíamos formar como una sola alma..." (1)

Elocuente en verdad lo que escribió el que presenció los hechos: Carlos María Bustamante. Será bueno anotar lo que podrás ver en esta última fotografía, justo debajo de la torre poniente de la Catedral aun se exponía el Calendario Azteca, es decir, ese gran símbolo que conservamos del antiguo México, se encontró en 1823, con el otro símbolo indiscutible del nacionalismo: Hidalgo.

Fuente:


Bustamante, Carlos María. Diario histórico de México. Primera edición arreglada por Elías Amador. Tip. de la Escuela de Artes y oficios de la Penitenciaría, a cargo de J. Ortega. Zacatecas, 1896.

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