Recuerdo que hace algunos meses, cuando fue la exhumación de los restos de los Insurgentes que reposan en la Columna de la Independencia se mencionó un nombre que era el menos conocido, por no decir que desconocidos para muchos, el de Víctor Rosales. Ahora que estamos haciendo este recorrido por las estelas de Cabeza de Águila y vamos cruzando por lo que era, en aquella época, parte de la Intendencia de Guadalajara y que actualmente es el sur del estado de Zacatecas será bueno conocer un poco más de su vida, la cual, no fue una participación individual, sino que, al igual que otros héroes, fue toda su familia, incluidos los niños, que participaron en el movimiento insurgente.
"No tenemos los datos necesarios para escribir una biografía completa de don Víctor Rosales, héroe de la Independencia; mas no por esta circunstancia dejaremos de honrar su memoria en este libro. Diremos lo que acerca de él consignó en sus columnas hace algunos años El Eco de Ambos Mundos.
Nació en la ciudad de Zacatecas en 1776. Inclinóse de niño a las letras y a la agricultura, estudió gramática y filosofía bajo la dirección del padre Porres, amigo de su familia, y merced a la influencia de este sacerdote, fue enviado a la capital de la colonia a seguir su carrera, dedicándose a las leyes.
Un incidente, común en aquellos días, vino a cambiar completamente las inclinaciones y destino del estudiante. Alzábanse en aquella época la estatua ecuestre de Carlos IV en el centro de la Plaza Mayor de México, la cual estaba custodiada por cuatro centinelas de la guardia virreinal. Una mañana llamó ese aparato la atención delcacique del Tecpam de San Juan y cuatro indios que le acompañaban, a la hora de la parada. El cacique admirado sin duda de la grandeza de la estatua, habló en el idioma náhuatl con aquellos que con él iban; y uno de los centinelas, creyendo que los indios censuraban el hecho de que el caballo estuviese, como está, pisando el carcaj, dio de culetzos al cacique. Rosales, que sabía el mexicano, habló en defensa del indio, explicando, aunque con amargura, que lo que había dicho eran alabanzas por la fundición de la estatua: el tono con que habló lastimo al cabo, quien dio de varazos a don Víctor y le hizo conducir con los indios, entre filas, a la presencia del jefe de día. Lleváronlos a la cárcel de Corte, en donde permenecieron cinco días incomunicados, saliendo al fin por empeño de los amigos del padre Porres, aunque se impuso a don Víctor la pena de expulsión del colegio, porque le consideraron desafecto al gobierno virreinal.
Colocóse entonces de cajero en la tienda de un comerciante amigo de su padre, y allí contrajo amistad con el licencidado Flores Verdad. En 1808 tomó parte activa en la conspiración que costó la vida a Luis Ferrer y Flores Verdad. Entonces tuvo que salir prófugo a México, pero no dejó de trabajar por la Independencia, sino que se dirigió al interior y se puso en contacto con los operarios de los minerales de Catorce, Guanajuato, Tlalpujahua, Pachuca y Zacatecas, con quienes se trataba de hacer un levantamiento y entre quienes, para conocerse, se habían repartido once medallas llamadas del Patrocinio, de las que se troquelaron doscientas en Zacatecas por conducto de un sacerdote misionero crucífero de aquella villa de Guadalupe.
Esta última conspiración fracasó como la primera. Don Víctor pasó el año 1809 meditando en los medios de llegar a alzarse contra los españoles. En 1810, encontrándose en la ciudad en que nació, y en aquel estado de su ánimo, recibió de Allende la invitación para tomar parte en la guerra de Independencia: La misma insinuación recibieron los hermanos de don Víctor, que lo eran don Francisco, don Fulgencio, don Vicente y don Sotero; el primero administrador de una hacienda, el segundo dueño de un obraje en León, el tercero minero en Catorce, y el cuarto labrador en la Sierra de Amoles.
Allende no invitó, pues, Rosales para una empresa que le fuera desconocida. Don Víctor y sus hermanos aceptaron la colaboración a que se les llamaba, y él mismo, con don Fulgencio, se fue a reunir con don Sotero y se pusieron a fabricar pólvora y a construir lanzas y monturas, llegando a armar y equipar a su costa sesenta jinetes para aumentar el improvisado ejército de la Independencia.
Con esta pequeña fuerza que los hermanos Rosales pagaban de su peculio, y a cuyo frente se colocó don Víctor, dio su primera acción de guerra, sorprendiendo el 29 de septiembre a una multitud de españoles que custodiados por piquetes de tropas realistas de infantería y de caballería, se retiran hacia México espantados por el levantamiento de Dolores. Así tuvo pricipio una serie de hazañas, de rasgos de valor sublime, de sacrificios sin cuento, que valieron a Rosales el ser declarado uno de los trece héroes de la patria por la ley de 19 de julio de 1823.
Don Víctor Rosales, que acababa de recibir el despacho de mariscal de campo del ejército insurgente, murió matando a sus enemigos en un rancho de la Sierra de Ario, que hasta hoy lleva su nombre, y murió, gracias a la perfidia con que el indultado Manuel Muñiz le entregó en manos del comandante realista don Miguel Barragán, que después fue el vencedor de los españoles en Ulúa.
A estos breves apuntamientos debemos agregar algunas noticias referentes a otros varios miembrs de la familia del ilustre héroe zacatecano, noticias recogidas también por los redactores de la publicación ya citada y que demuestran cuán acendrdo era el patriotismo que animaba a esta familia.
Don Fulgencio Rosales fue herido en la memorbe batalla del Monte de las Cruces. A pesar de su herida, se retiró con el cura Hidalgo, y asistió a la batalla de Aculco en donde, hecho prisionero, le colgaron de un árbol los españoles y le fusilaron en venganza de que quitó sus banderas a los cuerpos peninsulares de Tres Villas y de Milicias de México.
Don Francisco Rosales fue hecho prisionero en la hacienda de la Illeca y fusilado inmediatamente de orden del jefe español Galopen en el año de 1812.
En el mismo año se rindió en la acción de Purépero don Vicente Rosales y fue muerto a cuchilladas y a balazos en manos de los realistas.
José Timoteo, hijo de don Víctor, de once años de edad, fue hecho prisionero con algunos soldados de su padre en el asalto que éste dio a Zacatecas el 26 de septiembre de 1813. Y a pesar de su pequeña edad y de hallarse herido, aquel niño fue sacado del hospital en un catre y fusilado en presencia de su misma madre.
Huyendo a pie, de los españoles que se hallaban cerca de Zacatecas; huyendo, decimos, al rancho de Veta Grande, doña María Elena Gordoa, que se hallaba en días mayores, murió el 19 de marzo de 1814, dando a luz a José Rosales Gordoa, hijo segundo de don Víctor.
Doña María Ricarda Rosales, hija del coronel don Fulgencio, fue hecha prisionera en la hacienda del Maguey en octubre de 1814, cuidando de su primo José, y amgos fueron conducidos a México y encerrados en los calabozos de la Inquisición, de la cual se fugó por los ardides de la señora doña Leona Vicario, y al fin murió en San Gregorio por salvar las banderas de 1810, que heredó de su primo, quien las dio a la nación. (1)
Fuentes:
Sosa, Francisco. Biografías de mexicanos distinguidos. Editorial Porrúa. México, 2006.
Enlaces:
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