Al iniciar el año de 1821 la guerra de Independencia estaba llegando a su fin, poco a poco las ciudades del centro del país son tomadas por las tropas insurgentes, en Guanajuato es el 24 de marzo que Anastacio Bustamante junto a Luis de Cortazar se apoderan de ella, a los pocos días Anastasio Bustamante hace retirar las cabezas que aun colgaban dentro de las jaulas colocadas en las cuatro esquinas de la Alhóndiga de Granaditas. A pesar que justo enfrente de la alhóndiga existía el panteón de Belén, lugar a donde fueron enterrados muchos de los fallecidos en la toma de Granaditas, seguramente el panteón estaba lleno para 1821, luego de haber sido Guanajuato escenario de tantos enfrentamientos. Así pues, las calaveras serían depositadas, en el panteón de San Sebastián.
Lo que vemos ahora al fondo, es el Cenotafio que en la actualidad existe y que nos recuerda que fue allí en donde estuvieron enterradas poco más de dos años las calaveras de los cuatro héroes de la Independencia: Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez. Originalmente, como sucedió durante tres siglos y medio, los panteones estaban junto a las iglesias, en este caso, junto al templo de San Sebastián ya que eran los panteones administrados por la Iglesia. A consecuencia de las Leyes de Reforma, específicamente la Ley de Desamortización o Ley Lerdo, en 1860 los panteones pasan a ser administrados por el estado, se crea el Registro Civil.
Los panteones son clausurados, San Sebastián no es la excepción, solo que allí ocurrió algo que, en buena medida se convirtió en moda a mitad del siglo XIX, se levantaron los cenotafios, para recordar la memoria de algún ser ya desaparecido. Es así que uno de los clubes sociales, Los Leones, construye en 1958 el cenotafio que en la actualidad existe, ya que fue el 31 de agosto de 1823, una vez consumada la Independencia, que se exhumaron las calaveras que se juntaron a sus cuerpos respectivos y se enviaron a la ciudad de México.
Del recorrido que siguieron ya no solo la cabeza de Hidalgo, sino también el resto del esqueleto daremos cuenta más adelante. Allí comprobaremos que la suerte de don Miguel Hidalgo y Costilla era la de continuar viajando, aun luego de su muerte. Sus huesos no pararían de moverse durante muchos años más.
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