Algunos autores dicen que fue un día como hoy, 24 de septiembre, de 1810, cuando llegó el ejército Insurgente encabezado por Miguel Hidalgo a la villa de Salamanca, venía de la rica ciudad de Nuestra Señora de la Concepción de Celaya, allá había ya sucedido un ligero altercado con Ignacio Allende, esto, debido a que al cura se le ocurrió arrojar monedas desde el balcón de la casa donde se hospedó, además del altercado que había entre detener o no detener a los españoles y llevarlos a Guanajuato como rehenes. El contingente había salido temprano de Celaya, cruzaron por el rancho del Guaxe, actual Villagrán; cruzaron por el Molino de Sarabia y llegaron a las goteras de Salamanca. Era un lunes, seguramente el cura y los principales habían escuchado la misa dominical en la ahora catedral de Celaya, tal vez en el templo del Carmen.
Todo indica que en la villa la vida seguía su curso normal. Se dice que entonces la villa de Salamanca contaba al rededor de 12 000 habitantes, se estima que el grupo de gente que acompañaba a Hidalgo era de 20 mil, cosa que aterroriza a cualquiera, pensando que, si la villa daba abasto para mantener en sus trojes y su alhóndiga el alimento suficiente para sus doce mil habitantes, de pronto, una población que se ve prácticamente asaltada por más del doble del número de sus habitantes nos hace pensar en la dimensión del problema del abasto de alimentos durante los primeros meses una vez iniciado el movimiento de insurrección. Pensemos, además, que en Salamanca se fueron congregando pobladores de la parte de la ribera sur del río Lerma que se habían enterado del inicio del movimiento libertario.
La idea es confusa pues, según lo podemos comprobar en el Libro de Bautismos de ese año, la segunda quincena de Septiembre de 1810 transcurre con regularidad, esto, al menos, en el sentido de los ritos religiosos pues se dan bautizos justo en los días en que se dice, entraron los Insurgentes, hasta el día que salieron. Vemos que en Septiembre 23 se bautizaron a dos niños, el 24 fueron 2; el 25 no hubo ninguno, este día, el 25, y la noche anterior, fueron cuando Hidalgo pernoctó en Salamanca. Para el día 26 hay solamente un bautizo. Uno el 27 y dos el 28. 1 el 29 y 4 el día 30. ¿Qué nos dice todo esto? Pues que, considerando que no hubo un solo bautismo el día 25, eso fue, quizá, debido a la presencia de los insurrectos y todo lo que conlleva un levantamiento de esa magnitud.
Desconozco lo que tenía estipulada la Iglesia Católica en ese año, esto en cuanto al número de sacerdotes en relación al número de habitantes. Intuyo eran 4, incluido el Señor Cura, pues veo sus nombres en el libro de Bautismos: Ignacio Muñoz, Teniente de Cura; Rafael García de León; José María Peredo Sacristán Mayor; todos ellos dependientes del Bachiller Don Juan Bautista Resámano, cura y juez eclesiástico de la Parroquia de Salamanca. Por otro lado, de ellos no hay noticia, como sí lo hay de los frailes agustinos, quienes, por apoyar a la causa, aportan la suma de 40,000 pesos que era una verdadera fortuna en la época, esto considerando que tal cantidad era el valor promedio que una hacienda de la región de Salamanca tenía entonces.
Ellos, los agustinos que, se dice, salen a recibir al cura Hidalgo en el atrio de su templo, fueron fray Manuel de Escalera, Padre Provincial, por cierto, de nacionalidad española y fray Salvador Agustín de Perea y Sabalza, criollo nacido en Salvatierra. ¿Por qué entregaron los padres agustinos el dinero a Hidalgo? Quizá para proteger las riquezas que dentro del templo guardaban o, tal vez, ellos tenían un verdadero interés por que la población local se liberara de la opresión española, cosa que es difícil de creer. Otra posible razón sería para reprochar lo que se podría considerar asalto a sus bienes, cuando la consolidación de los vales. A eso no tengo una respuesta concreta aun.
Varios eran los españoles avecindados en Salamanca, al poco serían arrestados, junto con todos los españoles que vivían en las distintas poblaciones de la Intendencia de Guanajuato. Entre ellos iba el Administrador de alcábalas de la villa de Salamanca, don Agustín Cañas, su esposa, hija y yerno, todos ellos, excepto la hija, serían asesinados en Granaditas, cuando ocurrió la segunda arremetida de los insurgentes en la alhóndiga de Grandaitas, en Noviembre de 1810.
Como colofón a este capítulo de la Historia de la Guerra de Independencia, te comento algo curioso que encontré en el Libros de Bautismos de 1810 de la villa de Salamanca. Considerando que solamente vi los correspondientes a la segunda quincena de Septiembre. Hay una constante en el apellido que aparece allí, sea el de los padres o el de los padrinos; se trata del de Conejo.
Desde los registros bautismales del primer libro, el de 1651, aparece el apellido Conejo en un español, el que, supongo, era el propietario de lo que a la larga se volvería la Hacienda del Ancón, Nicolás Conejo. Se dice que los judíos conversos al ser cristianizados adoptaban el apellido con nombres de animales (conejo, borrego, león, vaca, toro, gallo, etc.); sabemos también que, cuando comenzó la colonización de México, los indios y negros no tenían apellido, luego de un siglo de presencia española, comienzan a aparecer los apellidos en los llamados castas, es decir, en los indios y negros, ellos en ocasiones adoptaban el apellido de su amo o propietario.
Resulta que en estos registros bautismales revisados, 13 en total, en 6 de ellos aparece el apellido Conejo, pero siempre anotando que son personas de origen indio. De esos 13 registros, los 12 corresponden a personas anotadas como indios. Indudablemente que la masa era india, indios que reclamaban un trato más justo, la Guerra de Independencia había comenzado.
La representación de Tomasa Estévez, la heroína salmantina.
Parte del templo y convento de San Juan de Sahagún en Salamanca, Guanajuato.