jueves, 9 de febrero de 2017

La batalla de Puerto de Carroza, Iturbide, Guanajuato, Octubre de 1810

   Varias ideas se me vienen a la cabeza al enterarme de la Batalla de Puerto de Carrozas, sitio próximo San José Iturbide, Guanajuato, que entonces se llamaba Casas Viejas. Próximo también a Querétaro y San Miguel el Grande. Nunca había oído hablar de ella, quizá porque es una derrota más al movimiento Insurgente o por que la página de la historia (la que se difunde oficialmente) tiene ya compilada Granaditas-Monte de las Cruces-Aculco. Al leer lo ocurrido me recuerda lo que con el mismo tinte de "inocencia", desconocimiento o fantasía sucedió en Aculco con el jinete sin cabeza o la explosión en el polvorín de Puente de Calderón. Los hechos ocurrieron del 6 al 9 de octubre de 1810:

   “San José Casas Viejas no representó un punto estratégico en el movimiento libertario que se desarrolló de 1810 hasta su consumación en 1821, sin embargo sí fue escenario de algunos enfrentamientos entre la milicia insurgente y realista. Cuando se dio el grito de Dolores por el cura Miguel Hidalgo y Costilla la madrugada del 16 de septiembre de 1810, Casas Viejas apenas contaba con poco más de medio siglo de existencia formal, durante el cual su desarrollo fue mínimo debido a la limitante que se impuso de no fundarse pueblo, por parte del dueño de la hacienda de El Capulín. No existe variante importante en el número de la población, por ejemplo en 1770 apenas vivían en la cercanía de la iglesia 28 individuos y para 1810 no excedía de cien habitantes diseminados en veinte viviendas sin orden regular, siete de ellas eran las principales, que incluía la casa cural y dos de comercio pertenecientes a españoles. 

  El primer encuentro entre los dos bandos beligerantes tuvo lugar la tarde del 6 de octubre de 1810, en el punto conocido como Puerto de Carroza, situado en dirección sur del municipio y límite entre los estados de Guanajuato y Querétaro; su nombre es muy antiguo, desde la época en que fue trazado una de las ramificaciones del camino México-Zacatecas en el siglo XVI y se menciona como lindero al erigirse la parroquia de San José en el decreto de 1770. Los historiadores de la independencia mencionan el lugar como la “primera batalla campal de la insurgencia”, efectivamente si consideramos que solo días antes, el 28 de septiembre, se había tomado la ciudad de Guanajuato por Hidalgo.

  Al propagarse con velocidad la revolución, el virrey Francisco Javier Venegas inició una serie de movilizaciones militares desde la capital y de otras ciudades del virreinato, hacia las más susceptibles de ser tomadas por las fuerzas insurgentes; una de ellas fue Querétaro, para ello envió para resguardarla a Manuel Flon, Conde de la Cadena, el 26 de septiembre. Estando en Querétaro fue informado de que los insurgentes se acercaban por el camino de San Miguel el Grande, Flon destacó contra ellos una división de seiscientos hombres, a las órdenes del sargento mayor don Bernardo Tello, compuesta de infantería de Celaya, Dragones de Sierra Gorda, la Compañía de voluntarios de Celaya formada en Querétaro con los europeos fugados de aquella ciudad, de que fue nombrado capitán don Antonio Linares y dos cañones.

  "Tello, creyendo que la fuerza insurgente no excedía de trescientos hombres se dirigió a buscarlos, pero encontrando que no bajaban de tres mil ventajosamente situados en el Puerto de Corroza; la división se dispersó, no quedando mas que ciento ochenta hombres al mando del capitán Linares, el cual avanzó al ataque, con lo que dio lugar a que la División se rehiciese. Los indios, desconociendo los efectos de los cañones, se precipitaron sobre ellos creyendo defenderse con colocar en las bocas de los cañones sus sombreros, lo que ocasionó un número considerable de bajas así como desorden y confusión, lo que llevó a la retirada. Don Niceto de Zamacois, en su Historia de México, da más precisiones al respecto:

  Los indios confiando en su número, se lanzaron sobre los realistas con la confianza del triunfo; pero los dos cañoncitos de montaña hicieron estragos en ellos. Se ha dicho que desconociendo los indios los efectos de la artillería, se precipitaban sobre ella creyendo defenderse con presentar a las bocas de los cañones sus sobreros de paja y que así fue grande la mortandad que tuvieron, siendo completamente desbaratados. Pero San José Casas Viejas en la Época de la Independencia semejante especie es absolutamente inadmisible. Nunca los indios, aun a la llegada de Hernán Cortés, en que desconocían completamente las armas de fuego, se lanzaron sobre ellas para impedir que saliese el tiro. Por el contrario, veían sus estragos, y quedaban aterrados al escuchar la detonación. No es verosímil, por lo mismo, que los indios del siglo XIX que habían visto fundir cañones al mismo Hidalgo en Guanajuato, y que conocían la fuerza de una bala disparada de un fusil, abrigasen la insensatez de creer que podrían detener el disparo de un cañón con un sombrero de petate. La especie referida no pasa de una de esas anécdotas inventadas por algunos de sus hombres que buscan la manera de dar mayor interés a los hechos, mezclando en ellos algo que salga de los límites de lo común. El arrojo con que los indios se lanzaron sobre las dos piezas de artillería para apoderarse de ellas, les hizo perder un número considerable de gente, y puestos en desorden y confusión emprendieron la retirada, dejando sembrado de cadáveres el sitio de la lucha.

  Este hecho de armas, aunque no fue de importancia, se ponderó como si se hubiese alcanzado un notable triunfo. No es, sin embargo, censurable que se le revistiese de una importancia que no tenía, pues se trataba de despertar el entusiasmo y la emulación entre las bisoñas tropas que tenían que combatir contra fuerzas muy superiores en número, aunque indisciplinadas en su mayor parte. (Zamacois, 1878).

  Los realistas no tuvieron más pérdida que un soldado de Celaya, causada por su propia artillería y no por el enemigo. La batalla de Puerto de Carroza fue ampliamente comentada e incluso se publicó este hecho en la “Gaceta de México”, periódico oficial del virreinato; esto con el propósito de amedrentar al bando insurgente por las bajas que sufrió, pero que en realidad no representa un hecho militar en comparación a lo que más adelante estaría por venir". (1)


Fuente:

1.- Ferro Herrera, Miguel. San José Iturbide. Colección de Monografías del Estado de Guanajuato. Bicentenario. Guanajuato, 2010, pp. 45-47

viernes, 3 de febrero de 2017

El río Lerma, presente en la primera etapa de la Ruta de Hidalgo

  Temascalcingo, en el Estado de México es uno de los puntos por donde pasó el contingente Insurgente en 1810, iban rumbo a la ciudad de México, el paso se hace por la Hacienda de Solís, localizada a pocos metros de distancia del río Lerma. Seguramente aprovecharon el momento para surtirse de agua y víveres.

   Como lo hemos visto a lo largo de estos siete años de seguir la Ruta de Hidalgo, el cruce del río Lerma se hace en repetidas ocasiones, en algunos casos son dramáticos pues, siendo el mes de septiembre y octubre los que mayor caudal acostumbraba llevar el río y los puentes eran más bien limitados, llegar con grupos de 20, 40 y hasta 80 mil personas volvía este acontecimiento en algo impresionante si imaginamos la escena.

  El primer cruce se hace en Salamanca el 10 de octubre, no por donde actualmente se cruza que es el mero centro de la población, en aquel tiempo el Camino Real tenía un trazo distinto a la actual carretera, es así que el paso estaba por la Hacienda de Mancera, se llamaba el paso de San Miguelito, de allí continuaron a Valle de Santiago, cruzando de nueva cuenta el Lerma por Salvatierra, luego por Acámbaro. La hacienda de Solís en Temascalcingo será el siguiente cruce para luego hacerlo por el puente acceso a Ixtlahuaca y después por el de San Bartolo, en el actual Almoloya de Juárez, al poco lo hacen por el puente de Atenco, antesala a la Batalla de Monte de las Cruces. Luego de la derrota en Aculco, Hidalgo seguirá rumbo a Valladolid y cruzará el río Lerma por La Barca, en el actual estado de Jalisco. El último cruce será próximo al sito de la derrota final del Padre de la Patria, en Puente Grande en donde ya no era el río Lerma, sino el Santiago. 

   El Lerma que en los primeros tiempos virreinales se le conocía como el Río Grande que viene de Toluca tuvo diversos nombres, dependiendo del pueblo por el que pasaba, así, en la zona otomí era conocido como Madonté, en la zona mazahua era el Ndareje, en la zona nahua era el Chignahuapan, Chimaliapan y Chiconahuapan, y en la cazcana era conocido por Tololotlán, aunque ya era lo que hoy conocemos como río Santiago. Sobre el Ndareje encuentro esta leyenda:

  Eran tiempos muy remotos en este lugar de Temascalcingo. En una mañana llena de cantos de pájaros y de flores, aparece nuestro padre Sol iluminando la tierra, dándole calor y vida a las plantas, a los animales; está alegre, está contento.

  En lo alto del cielo se ve colar un águila, bañada por los rayos del sol, su vuelo es majestuoso, en su pico lleva una serpiente.

  El águila va descendiendo lentamente y se para en este lugar para descansar, quedándose dormida. La serpiente mueve su cuerpo y comienza a deslizarse por estos valles, dejando un rastro serpenteado que va dando la forma de un río.

  El agua con escamas de sol va corriendo en diversas direcciones. Es la serpiente de agua. Una serpiente convertida en río.

  Así nació nuestro río Ndareje, que ahora le llamamos río Lerma.

  El águila se quedó profundamente dormida y se transformó en una montaña a la que nombramos Ndaxini, que quiere decir “cabeza de águila”; es el cerro chato por donde sigue corriendo la serpiente que ahora es río. Él nos da vida, nos enseña su música y su canto.

  Nuestros abuelos nos han enseñado a respetarlo, por eso le llevamos ofrendas. Él ha estado presente en toda la historia de nuestro pueblo.

Las fotografías corresponden al río Lerma a su paso por Salamanca, Guanajuato.

Fuente:

Garduño Cervantes, Julio. Temascalcingo, monografía municipal. En Antología de Leyendas Mexicanas, selección de José Rogelio Álvarez. Everest. León, España, 2004. p.384