Recuerdo muy bien, una de las lecturas que más he gozado, que más he disfrutado página a página; aquella de Manuel Payno, en donde nos describe a profundidad el México de mediados del XIX, cuando
1960, año del sesquicentenario del inicio de
La presencia de los “veintes” es algo, creo yo creo es importante en nuestra historia reciente. Era traer cobre en las manos, ahora se roban el cobre en las azoteas. Si la vemos como la gran pieza de numismática que es, es en verdad bella y refleja en pocos conceptos, lo que la tradición mexicana es. La pirámide del SOL, los cactus: Biznagas, Cardones y Garambullos, del lado izquierdo. Pencas de nopal del derecho. Al fondo los dos colosos que, antes visibles desde cualquier punto de la gran Tenochtitlán, ahora solo en los privilegiados días de invierno, se pueden ver: Popocatépetl e Iztlaccíhuatl, la dualidad hombre-mujer… dualidad una vez más… la dualidad que la tenemos tan cerca y que, en ocasiones nos es difícil de entender.
En la parte de arriba aparece el número veinte, en soberbia grafía, irradiando detrás el sol, y al centro el gorro frigio, el que nos recuerda que somos un país libre desde 1821. El veinte es la quinta parte de lo que significaba un peso. Y hubo una larga época, 1521-1821, trescientos años precisos, en los que la quinta parte de toda la riqueza que se generaba desde México se iba a la bolsa del Rey en turno… Caros o Felipe, lo mismo daba, lo mismo dio, lo mismo fue. Todo eso se fue para allá.
Los “veintes” esas majestades en las que en ocasiones “el águila nos cagaba”, si es que lo llevábamos aprisionado en la mano que al sudar y ejercer su proceso químico dejaba la mancha propia de las piezas de cobre. Esos veintes se emitieron por primera vez en 1943, año en que en México se vivía en paz, cuando buena parte del mundo estaba en guerra. Y se dejaron de emitir en 1974, un año antes de que el perro llorara, no tratando de defenderlo, sino pretendiendo defender a su hermano mayor, el peso.
Todo esto lo recuerdo entre ayer, que fue día del niño y hoy, que es día del trabajo; en este año que es del Bicentenario. Cuantas cosas tenemos en la memoria colectiva, cuantas maravillas acumulamos y no sacamos. Cuantas cosas nos tenemos que contar y más aún, cuantas cosas hay que ver en este, nuestro país, en esta nuestra patria. Con Bicentenario y sin Bicentenario, es, fue y seguirá siendo nuestra patria.
Estas monedas me recuerdan, no con poca nostalgia, la epoca de mi infancia, cuando el dinero tenía un mayor poder adquisitivo, cuando podías salir a jugar a la calle sin el temor de ser asaltado, secuestrado o ejecutado, cuando mirábamos hacia el futuro con la esperanza de ver tiempos mejores (mejores que los actuales por supuesto). En fín sólo nos queda vivir el presente y tratar de ser felices con lo que tenemos, en lugar de ser infelices por nuestras carencias. Por cierto, lo del nefasto personaje que dijo defendería como perro el peso fue en el año de 1982 en plena debacle económica del final del sexenio.
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