“Así fue, y en la tarde dimos vista a aquel lugar. Salieron a nuestro encuentro muchos amigos y compañeros de armas que se hallaban bajo las órdenes de Rayón. Ya se dejan entender las grandes emociones que aquel encuentro ocasionó. Unos lloraban de júbilo por la visita de sus amigos; otros se enternecían lo bastante al darles los pormenores de nuestras desgracias sufridas en la batalla de Calderón. En éstas y otras demostraciones de aprecio llegamos a la villa. Allí fuimos bien recibidos por la tropa y vecindario, siendo alojados y trasladados perfectamente. La educación y fino trato de aquella juventud inspiró a los habitantes del Saltillo excelentes simpatías a favor de aquellos defensores de la libertad, de suerte que el separarnos de aquel lugar se verificó con sentimiento. Se siguieron algunos días de descanso, pues era indispensable que en cuando las cabalgaduras se repusieran de alguna manera.
En ese tiempo no se perdía oportunidad, por pequeña que fuera, para aumentar la fuerza y los recursos, así que se le presentaron a Hidalgo dos capitanes presidiales a ofrecerle sus servicios y a traficar con los vecinos de la población, y en número mayor en tiempo de feria. Los capitanes dichos se llamaban capitán Menchaca y capitán Colorado, éste a virtud de tener el rostro muy encendido y usar un chaleco encarnado. Estos militares, tal vez por hacer alarde de sus servicios y valentía, traían en su compañía unos cuantos indios comanches, que fueron presentados a Hidalgo, a quien se le conocía el placer que le causaba la presencia de aquellos hombres cuya prestancia elevada y enhiesta y membratura robusta causaban envidia y admiración como que se habían criado y vivido en las intemperies y en la guerra.
Traían sus cuerpos rayados de varios colores, vestían a su estilo cubriéndose con cueros de cíblolo. Sus armas consistían en arco, flecha y una lanza. Cuando los vieron maniobrar a caballo, con sus plumeros en la cabeza, en una actitud bella e imponente, no se pudo menos que asombrarse de su agilidad; de suerte que los mejores campesinos de los nuestros no podían rivalizar con aquellos hombres, para los cuales no hay bestia bruta que los intimide, haciendo uso de cuantas bestias mesteñas se les presentan. Hidalgo, lleno de contento, y después de obsequiarlos con algunos regalos, mandó se buscaran intérpretes para poder dialogar con ellos, según la idea que se había propuesto.
Vinieron éstos, y por su medio les dijo que venía del interior, de hacer la guerra a los españoles para arrancar de sus manos un país que no les pertenecía y que con crueldades y tiranías lo habían poseído por mucho tiempo con grave perjuicio de los naturales hijos de la nación, que sus antepasados los indios, sin advertirlo, habían obrado de un modo heroico pues cuando ya no pudieron hacerles la guerra con alguna esperanza a los conquistadores, se decidieron a internarse a las montañas primero que sufrir la humillación y la esclavitud, y que ésta era la razón por que, sin saberlo ellos mismos, se hallaban como las demás tribus establecidas hacía tres siglos; que el venía defendiendo una causa que era la de ellos, pero que unos descalabros que habían sufrido, en el interior haciendo la guerra a los gachupines, le obligaban a buscar su auxilio para volver a combatir por la misma causa.
Este razonamiento, poco más o menos, hizo que les repitiera por los intérpretes, dando por resultado que los indios se alentaran con aquellas razones y ofrecieran reunir a sus guerreros y dirigirse a Béjar, que era el punto destinado para cuartel general, porque allí le era más fácil reunir los recursos de armas y municiones que esperaban del norte, y que tenía agenciadas con anticipación. Concluyó con todo esto la entrevista de los indios prometiendo los capitanes ya mencionados reunir sus compañías y con ellas dirigirse a Coahuila o Béjar, según quedaba convenido. Se retiraron e Hidalgo se entregó a otros arreglos para preparar la marcha para Coahuila”. (En ese entonces Monclova se llamaba Coahuila y Béjar o Bexar se refiere a San Antonio, Texas).
Fuente:
García, Pedro. Con el cura Hidalgo en la guerra de Independencia. FCE-SEP. México, 1982.
Las fotografías corresponden al archivo de la Universidad de Texas; los dibujos de Comanches y Lipanes fueron hechos por Lino Sánchez y Tapia y forman parte de la colección del Museo Gilcrease en Tulsa, Oklahoma.
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