Una de las obras más emotivas que he leído es La Ruta de la Libertad, del historiador, antropólogo y etnólogo Fernando Benítez, al parecer fueron dos libros los que publicó usando casi el mismo texto, en uno de ellos, ese que te menciono, nos va describiendo un recorrido que hace, a raíz de los festejos del Sesquicentenario, en 1960, por lo que fue la Ruta de Hidalgo, esa que estamos concluyendo precisamente. En esa especie de tejido que va haciendo a lo largo de la ruta, nos va describiendo lo que sus ojos ven en las principales, ahora ciudades, por donde va pasando y nos dice como era México en esos días apacibles en que gobernaba don Adolfo López Mateos. Lo hace de una manera fina y singular y, con gran emotividad nos describe los pasajes de los primeros meses de la guerra de Indpendencia. Editorial Era retoma la obra, pero solo transcribiendo la parte histórica, sin incluir sus apreciaciones, sus comentarios sobre lo que veía en 1960. Al final de esa obra nos relata los hechos de la mañana del 30 de julio de 1811.
"... Afuera mil hombres vigilaban el edificio y doscientos soldados custodiaban el interior. Hidalgo marchaba a la muerte leyendo el Miserere en el Breviario. Se escuchaba el redoble insistente de un tambor y las campanas de Chihuahua doblaban a muerto. En un ángulo del patio estaba formada la escuadra de fusilamiento. La tensión casi insoportable de aquella marcha la rompió Hidalgo una vez más. Se detuvo. El oficial acudió alarmado a preguntar qué deseaba. Sonriente, Hidalgo exclamó:
-Los dulces que están debajo de mi almohada.
Cuando se los llevaron los repartió entre los soldados del pelotón, diciéndoles palabras de consuelo. Al terminar solo añadió:
- La mano que pondré sobre mi pecho será, hijos míos, el blanco seguro al que habréis de dirigiros.
Besó el banquillo donde había de morir y se sentó mirando de frente a los soldados. Salcedo intervino, Tenía órdenes terminantes de fusilarlo por la espalda, pero Hidalgo se rehusó a morir como un traidor. Fue la única degradación que se negó a aceptar. Tras una breve disputa Salcedo respetó la decisión del mártir.
Sonó la descarga. Los soldados temblaban de tal manera que tres de las balas pegaron en el vientre de Hidalgo y la cuarta le quebró un brazo. El dolor hizo que el cura se moviera y la venda resbalara. Sus ojos verdes, antes risueños, se clavaron en los soldados. Era la mirada de un hombre que vivía y moría al mismo tiempo. Una terrible mirada del que ya no podía ser salvado; la mirada del que estaba lejos y permanecía vivo y sufriente en medio de ellos, sentado en el banco, bañado por la suave luz de la aurora.
Marchó la primera fila de soldados y la segunda le hizo fuego. Las balas volvieron a pegarle todas en el vientre. Sus ojos que seguían teniendo aquella mirada indefinible, se llenaron de lágrimas. La tercera fila disparó y las balas siguieron la misma trayectoria, penetraron en el vientre destrozado y salieron por la espalda. El teniente ordenó que dos solados dispararan a boca de jarro. Hidalgo quedó muerto, la cabeza en el suelo, caída en su propia sangre. Por la tarde un tarahumara a quien le pagaron veinte pesos cortó la cabeza de Hidalgo con un machete curvo". (1)
Fuentes:
1.- Benítez, Fernando. El peso de la noche. La Nueva España de la edad de plata a la edad de fuego. Ediciones Era. México, 1996.
El libro al que me refiero que fue donde se basaron para la edición de Ediciones Era fue: La Ruta de la Libertad. Editorial Offset. México, 1982.
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