Dentro de las ahora, por fortuna, ya muchas historias de mujeres que participaron de algún modo dentro de la guerra de Independencia en México, encontramos una historia por demás particular, en ella no vemos directamente la participación en un enfrentamiento como lo fueron las mujeres del Río Pilón, o la Guanajuateña que con sus orines ayudó a enfriar los cañones en la batalla de Puerto Piñones, tampoco vemos la garra y abnegación de Gertrudis Vargas al entregar al Padre de la Patria a su hijo para que sirva a la nación. Vemos una historia de amor, como muchas que seguramente sucedieron a lo largo de los once años de enfrentamiento. Historia de amor que tiene un trágico y cruel desenlace es la historia de María de la Luz Rico en los hechos ocurridos en Yerécuaro, Michoacán, el 25 de enero de 1816.
La siguiente es una transcripción del libro de Carlos Hernández, que a su vez lo transcribió de un folletín emitido en Morelia durante el Primer Centenario de la Independencia, es decir, en 1910:
"Nos acercamos a un sitio que recuerda un doloroso episodio de nuestra guerra de Independencia, y prueba de un modo irrecusable en una grandiosa sencillez, que el sentimiento del honor es innato en nuestro pueblo, y que la mujer mexicana es el prototipo de todas las virtudes, y que llega sin la menor vacilación hasta el martirio heroico, en casos excepcionales. Así se expresó mi bondadoso cicerone cuando llegamos en busca de alguna sombra bajo un frondoso naranjo cercano al pintoresco templo parroquial de Yerécuaro.
- Refiera usted este episodio, indiqué a mi amigo, viejo y caracterizado veterano del pueblo, quien sin grandes esfuerzos y con voz pausada y solemne, hizo el siguiente relato:
- Cinco años de ensangrentadas luchas habían transcurrido desde que el Padre Hidalgo señalara a los mexicanos la senda de su emancipación , y naturalmente el resultado de este lustro de guerra sin cuartel era le desenfreno de todas las pasiones en campo propicio y amplio para ellos.
Usted sabe que uno de los cabecillas más activos que acuadillaban a los Insurgentes lo fue el Padre Antonio Torres, michoacano, natural de Quiroga, que tenía fama de cruel, sanguinario y amigo de todos los excesos. Aquí, en Yerécuaro, justificó plenamente esta fama pues su llegada a la población el 25 de enero de 1816, fue señalada principalmente por el incendio, el robo y todo género de atropellos a que iniciaba a su tropa, confundiendo lamentablemente la hermosa libertad con el libertinaje, como medio de tener adictos.
El templo parroquial que en este momento tenemos delante, así como otras casas de la población eran presas de las llamas, y sus rojos e intermitentes fulgores alcanzaban hasta aquella calleja, la siguiente escena de que fueron actores María de la Luz Rico, hermosa y valiente joven criolla, hija del honrado vecino Antonio Rico, y su novio Antonio Hernández, que militaba en las filas insurgentes acaudilladas por el padre Torres.
- Mira, Luz de mi vida, -le decía el soldado- convéncete de que no hay más remedio para ti que seguirme en el acto; estás en mi poder y es llegado el momento de nuestra felicidad.
- Te he jurado, Antonio, ser tuya, pero para ello es indispensable pasar por el templo.
- Pero no ves que las circunstancias de la guerra hacen imposible esas formalidades?
- Esperemos entonces.
- Imposible! Ahora o nunca; el caballo está listo...
Y tan emocionado como atrevido, quiso rodear con su brazo el talle de palmera de María de la Luz.
A quién volver ésta sus ojos? De quién esperar algún auxilio en medio de aquel cuadro de libertinaje, de incendio y de muerte?
Solo de su gran corazón y valor invencible, pues ágil como gacela, esquivó el brazo de su novio y con voz vibrante de emoción, de energía y de resuelta angustia le dijo:
- Te amo y seré tuya, pero pasando antes por la casa de Dios! si me quieres, sígueme...
Y sin volver una vez siguiera el rostro, emprendió veloz carrera hacia la incendiada parroquia y por un momento detúvose al dintel de la hornaza, volvió la vista y viendo a tres pasos a su novio que le tendía los brazos le gritó:
- Antonio! Salvo mi honra pero te adoro! Que Dios me perdone!
Y de un salto penetró al círculo de fuego en el preciso momento en que del coro se desplomaban las vigas llameantes y todo el lugar se convertía en imponente hoguera.
El soldado Insurgente se quedó petrificado y mudo de asombro sin lograr comprender lo que había pasado a su novia y apenas su pudo exclamar un -Jesús la ampare!
Fuente:
"Nos acercamos a un sitio que recuerda un doloroso episodio de nuestra guerra de Independencia, y prueba de un modo irrecusable en una grandiosa sencillez, que el sentimiento del honor es innato en nuestro pueblo, y que la mujer mexicana es el prototipo de todas las virtudes, y que llega sin la menor vacilación hasta el martirio heroico, en casos excepcionales. Así se expresó mi bondadoso cicerone cuando llegamos en busca de alguna sombra bajo un frondoso naranjo cercano al pintoresco templo parroquial de Yerécuaro.
- Refiera usted este episodio, indiqué a mi amigo, viejo y caracterizado veterano del pueblo, quien sin grandes esfuerzos y con voz pausada y solemne, hizo el siguiente relato:
- Cinco años de ensangrentadas luchas habían transcurrido desde que el Padre Hidalgo señalara a los mexicanos la senda de su emancipación , y naturalmente el resultado de este lustro de guerra sin cuartel era le desenfreno de todas las pasiones en campo propicio y amplio para ellos.
Usted sabe que uno de los cabecillas más activos que acuadillaban a los Insurgentes lo fue el Padre Antonio Torres, michoacano, natural de Quiroga, que tenía fama de cruel, sanguinario y amigo de todos los excesos. Aquí, en Yerécuaro, justificó plenamente esta fama pues su llegada a la población el 25 de enero de 1816, fue señalada principalmente por el incendio, el robo y todo género de atropellos a que iniciaba a su tropa, confundiendo lamentablemente la hermosa libertad con el libertinaje, como medio de tener adictos.
El templo parroquial que en este momento tenemos delante, así como otras casas de la población eran presas de las llamas, y sus rojos e intermitentes fulgores alcanzaban hasta aquella calleja, la siguiente escena de que fueron actores María de la Luz Rico, hermosa y valiente joven criolla, hija del honrado vecino Antonio Rico, y su novio Antonio Hernández, que militaba en las filas insurgentes acaudilladas por el padre Torres.
- Mira, Luz de mi vida, -le decía el soldado- convéncete de que no hay más remedio para ti que seguirme en el acto; estás en mi poder y es llegado el momento de nuestra felicidad.
- Te he jurado, Antonio, ser tuya, pero para ello es indispensable pasar por el templo.
- Pero no ves que las circunstancias de la guerra hacen imposible esas formalidades?
- Esperemos entonces.
- Imposible! Ahora o nunca; el caballo está listo...
Y tan emocionado como atrevido, quiso rodear con su brazo el talle de palmera de María de la Luz.
A quién volver ésta sus ojos? De quién esperar algún auxilio en medio de aquel cuadro de libertinaje, de incendio y de muerte?
Solo de su gran corazón y valor invencible, pues ágil como gacela, esquivó el brazo de su novio y con voz vibrante de emoción, de energía y de resuelta angustia le dijo:
- Te amo y seré tuya, pero pasando antes por la casa de Dios! si me quieres, sígueme...
Y sin volver una vez siguiera el rostro, emprendió veloz carrera hacia la incendiada parroquia y por un momento detúvose al dintel de la hornaza, volvió la vista y viendo a tres pasos a su novio que le tendía los brazos le gritó:
- Antonio! Salvo mi honra pero te adoro! Que Dios me perdone!
Y de un salto penetró al círculo de fuego en el preciso momento en que del coro se desplomaban las vigas llameantes y todo el lugar se convertía en imponente hoguera.
El soldado Insurgente se quedó petrificado y mudo de asombro sin lograr comprender lo que había pasado a su novia y apenas su pudo exclamar un -Jesús la ampare!
Y desapareció entre las sombras de tan terrible siniestro.
Así terminó mi viejo informante cuando entramos ya al templo de Yerécuaro donde puede verse la lápida que conmemora el suceso y textualmente dice así:
La noche del 25 de enero de 1816 en que fue incendiado este templo por orden del padre Torres, el soldado Antonio Hernández perseguía a la joven María de la Luz Rico y ella no encontrando amparo en sus angustias, se entró al templo que ardía en vivas llamas, donde con la pérdida de su vida, salvó su castidad. -1895- Austacio Zepeda y Manuel Urbina.
Puede averiguar también que vive en la villa de Tanguato Felipa Rico, prima de María de la Luz y en Yerécuaro María Rico, sobrina de la heroica suicida.
Del pobre libro de mis recuerdos arranco hoy esta página que si del todo está desprovista de galanura, tiene el mérito de la verdad y con ella prueba la virtud heroica hasta el martirio, de una pobre mexicana". (1)
Fuente:
Hernández, Carlos. Mujeres Célebres de México. Casa Editorial Lozano. San Antonio, Texas. 1918.
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