Sobre estos acontecimientos nunca había oído nada, ahora que he dedicado más tiempo a leer uno de los clásicos de la Historia de México, encuentro en sus páginas este pasaje no del todo difundido, de lo que por esos rumbos sucedió casi al finalizar el siglo XVI, lo cual lo coloca a la cabeza, o tal vez el segundo o tercer movimiento de insurrección, luego del de Acualmeztli en los rumbos del hoy Estado de Hidalgo y el de Tenamaztle por Nochistlán, en Zacatecas y antes del de Yanga, en el actual Estado de Veracurz. Topia se localiza en el Estado de Durango, metido en la Sierra Madre Occidental, y allí ocurrió que...
"Con no pocas inquietudes presentóse para el gobierno español en México, el principio del siglo XVII. El desacertado empeño del conde de Monterrey, por reunir en pueblos y congregaciones a los indios que vivían dispersos en las montañas y la codicia de los hacendados que pretendían apoderarse de las tierras poseídas y cultivadas por estos indios, agitaban peligrosamente los ánimos de los naturales del país, y muchos españoles, y entre ellos varios religiosos, escribieron al rey Felipe III manifestándole cuan peligrosos camino era aquel que había adoptado el Conde de Monterrey, del que si no se apartaba dejando vivir libremente a los indios, se originarían grandes trastornos en la colonia. Por otra parte, en la provincia de Nueva Galicia, el empeño de descubrir y explotar las minas de plata, había llevado a muchos españoles a Topia, y los malos tratamientos que sufrían por estos los naturales causó una sublevación, que aunque poco importante en el año de 1600, ya en el siguiente había tomado tan grandes y temibles proporciones, que necesario fue enviar consta los sublevados algunas tropas españolas. La provincia de Topia, refiere el padre Hernando de Santarén, jesuita, en una carta que escribió a su provincia, tomó su nombre, según la tradición conservada entre los naturales, de una india llamada Topia que se convirtió en estatua de piedra.
"El primer español que hizo entrada a esa provincia fue don Francisco de Ibarra, quien sentó sus reales en el valle de Topia, considerado como cabeza de aquellas serranías, y el primer misionero que llegó allí a predicar el cristianismo fue el jesuita Gonzalo de Tapia en 1592. La parte del territorio conocido por provincia de Topia era, según dice el padre Santerén, una serranía que corre "de Norte a Sur del Nuevo México hasta Guadalajara; tiene de ancho más de cuarenta leguas, y en medio y riñón de ellas, están poblados el día de hoy estos acaxees y de esta sierra, como de más alto tienen principio muchos poderosísimos ríos que corren al Poniente y entran en la mar del Sur, y otros que corren al Oriente, y van a pasar al mar del Norte, acabándose algunos como el río de las Nasas, el de Papatzquiaro y el de los Ahorcados en la laguna grande, donde está la misión que la Compañía tiene en las Parras". La Audiencia de Nueva Galicia envió contra los sublevados de Topia al capitán Canela, portugués, con dos compañías de soldados y órdenes para castigar severamente a los indios; pero por ese tiempo hacía la visita de su diócesis el nuevo obispo de Guadalajara don Alonso de la Mota, y como aun no se había erigido el obispado de la Nueva Vizcaya, la provincia de Topia correspondía a la Nueva Galicia, y el obispo Mota quiso probar con los insurrectos el medio del convencimiento y blandura para hacerles volver al orden, proponiendo al capitán Canelas suspender las hostilidades, y le dejase entrar al país insurreccionado; opúsose a esto el capitán, alegando las ordenes del presidente de la Audiencia, doctor don Santiago de Vera, y además el peligro que iba a correr el obispo.
"Don Alonso de Mota insistió y envió a los indios dos mensajeros invitándolos a darse la paz, ofreciéndoles el perdón y remitiéndoles como prendas de aquel ofrecimiento su mitra y su anillo pastoral. Recibieron los sublevados la embajada, conservaron en su poder la mitra y el anillo y aplazaron la respuesta definitiva, en cuya espera quedaron el obispo y el capitán Canela. Pasaron así varios días, y mirando el capitán que no se alcanzaba resolución, determinó atacar a los insurrectos y se puso en marcha para sorprenderlos. De improviso vieron aparecer los indios las tropas españolas cuando menos las esperaban, y bien porque se creyeran perdidos o porque tenían ya intención de darse de paz, en vez de combatir o dispersarse huyendo, colocaron sobre una asta la mitra del obispo, y llevándola como un estandarte salieron todos a encontrar pacíficamente a los españoles. El obispo Mota, que acompañaba la expedición, habló entonces a los indios en su idioma y terminó así aquella sublevación, que pudo haber sido tan prolongada y de tan terribles consecuencias". (1)
Fuentes:
Alegre, Francisco Xavier. Historia de la Compañía de Jesús. Tomo I. p394
Mota Padilla, Matías. Historia de la Nueva Galicia. Cap. XLIX, N. 2
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